Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Cuerda Desatada
No sé si alguno podrá recordar cuando éramos feos. Es una generalidad al ver fotos de décadas más que pasadas: mujeres de treinta que parecían abuelas, adolescentes con treinta años más encima. El fenómeno obedece a varios factores. El principal, sin duda, es un mayor bienestar: a pesar de todo, señalan los índices de mortalidad, nos desgastamos menos. El otro es económico: los cuerpos y rostros famosos no parecen congelados en bótox, o en formol, por una casualidad feliz, sino por la feliz confluencia de preparadores, cirujanos, nutricionistas, estilistas. Incluso en Regional Preferente hemos conseguido espantar durante un puñado de años las bocas melladas, la piel de tortuga; por no hablar de los rastros de tiña, de raquitismo, de sífilis. Sí, el feo de hace un siglo sería un monstruo a nuestros ojos.
Y un tercer factor, no desdeñable y aún más cercano, es el de la ropa. No hace tanto, la rutina en el vestir era la que sigue: el traje bueno, dos o tres ponibles y la ropa de todos los días, remendada o acharolada por el uso. No toda la gente, como apuntaría alguno, pero bastante gente. La diferencia, una vez más y durante mucho tiempo, la ponían los dineros, primero; y una máquina de coser con manos talentosas, después.
Nuestra relación con la ropa ha sido una de las cosas que más profundamente ha cambiado en poco tiempo. Lo que han hecho las firmas generalistas de moda ha sido vender réplicas resultonas de las pasarelas y de los avances de las colecciones punteras (ya saben, el diablo se viste de Zara). El modus operandi, en definitiva, de la modista talentosa del pueblo -no de otras se surtió Amancio Ortega en sus inicios-. En cuanto la deslocalización entró en juego, el asunto cambió aún más: las prendas, a nuestros ojos, podían dar un bajón en calidad, pero también en precios. Prêt-à-porter, prêt-à-jeter, pero todos guapos. Al otro lado de la etiqueta, las condiciones esclavistas que sabemos conlleva una camiseta a tres euros. El tema es tan conocido que raro es quien no vocee ya sus propósitos de enmienda.
Hace unos días, el BOE publicaba un convenio de colaboración entre el Ministerio de Igualdad e Inditex para desarrollar una campaña de prevención de la violencia de género. El gesto choca, no sólo porque Podemos ha criticado públicamente las donaciones de su propietario sino porque, hace años, la formación lideró a nivel europeo una iniciativa para mejorar las condiciones de la producción textil. Uno pensaría que es el pan nuestro de cada día de la incongruencia política pero, en el mundo de posemos, quizá sea puritita coherencia.
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