La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Entre influencers de pacotilla y mensajes artificiales de copiar y pegar por redes sociales, de pronto, como brisa marina, aparece gente como Patricia Conde para darle una dosis de sentido común, normalidad y humanidad a este mundo tan desnutrido emocionalmente. Dejando a un lado la acusación de drogas, la presentadora desafió lo establecido en la final de Masterchef con una actitud que dinamitó cánones muy dañinos hijos del capitalismo: la prohibición de rendirse, la imposición de cumplir sueños, ganar como éxito o la productividad por encima de lo humano. Fue la mala de la película en la televisión, aunque la buena de la historia en la vida real.
Y para seguir fagocitándonos en esa aniquiladora cadena de producción, el capitalismo y todos sus disfraces contemporáneos lapidan nuestra realidad con frases tan demoledoras como "rendirse no es una opción". La autoayuda o las charlas fake de coaches más fakes todavía sustentan esa aberración, las redes construyen autopistas para que el mensaje discurra a toda mecha y sin autocrítica y así ya está el veneno inoculado. Y nos quieren hacer creer que la persona óptima es la que nunca tira la toalla. Que eso es el triunfo, porque nos han vendido que vencer debe ser un motor vital. De pequeños nos cuentan que lo importante no es ganar, sino participar, pero no nos preparan para entender que serán infinitas veces más las que perdamos que las que ganemos (y precisamente en entender esa idea está la victoria). Por eso a Patricia Conde, cuando en plena final de famosos de Masterchef se deja llevar por el cansancio, por el hartazgo de la presión a la que están sometidos y por la preciosa empatía de bajar los brazos para que su rival acabe primero, pues entiende que lo ansía y merece mucho más que ella, el jurado le azota con un demoledor "nos has decepcionado". Se lo lanzan como un cruel tornado para que arrase las bonitas demostraciones de humanidad de la presentadora y, de paso, que sea ella la que quede como la mala, no vaya a ser que los espectadores cuestionen el negocio que es llevar los Juegos del Hambre a chiringuito televisivo.
Patricia no decepcionó a nadie. Se sintió fuera de lugar en una carrera en la que hay que ganar a cualquier precio. Abandonó por respeto a su cuerpo y su mente, pues entendió que valen más que cualquier chaquetilla dorada. Desenmascaró el show must go on desnudando sus miedos y dudas y mandando así un mensaje de que esa naturalidad es la que debe continuar reinando. Patricia nos dejó la valiosa reflexión de que a veces necesitamos más la austeridad de la zona de confort que el lujo que promete la zona de meta. Porque uno no siempre tiene fuerzas ni motivación para nuevos retos, así que qué mejor que cargar pilas en los lugares donde más se reconoce o le apoya gente que no es juez ni una voz de reconocimiento mundial, pero con la que sí comparte carne y hueso.
Así que gracias por decirle al mundo que claro que rendirse es una opción. Una elección necesaria cuando procede y que es sinónimo de triunfo. Por eso, no hay ninguna decepción por haberte rendido en Masterchef, Patricia; al contrario, me rindo a tus pies por tu humano zasca a esta sociedad del éxito a la fuerza.
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