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Gabriel Rufián, que es incapaz de pasar diez minutos sin dejar en Twitter una muestra de su ingenio, ha puesto, sin embargo, sordina en su timeline a la detención en tierras italianas del "presidente electo" Puigdemont. Un solo tuit al que, además, le ha llevado de las solapas un grupo de usuarios indepes que le afeaba su clamoroso silencio. Uno hace tiempo que sospecha que Rufián, antisistema que gracias al sistema cambió las perchas del H&M por la moqueta del hemiciclo, es un espabilao que vive como dios del chantaje constante al Estado "opresor y totalitario" que le paga más de cien mil euros al año por perpetrar sus numeritos semanales en el Congreso y, por eso, teme como a una vara verde a los fanáticos puigdemoníacos que se creen de verdad lo de la Cataluña independiente. Gabi es un vivo que aprendió pronto la manera en que un charnego puede medrar en Cataluña y decidió "sumarse" al procés para empezar a sumar ceros en su, hasta entonces, exigua cuenta corriente. Cuando Esquerra lo mandó a la capital, en tres sesiones le comió la merienda a Tardà, y como cuenta Florentino que hizo Özil nada más llegar a Madrid, mandó a la novia a freír espárragos -de Esparraguera- y le cogió afición a los percebes del Estimar. El diputado Rufián, hijo y nieto de andaluces, ha acertado con el diagnóstico del supuesto problema del encaje de Cataluña en España: la independencia es una ruina, pero el independentismo es un negocio -personal y colectivo- cojonudo. Por eso, y a pesar de que en 2015 prometió pomposamente que en 18 meses dejaría su escaño para regresar a la República Catalana, más de un lustro después, no sólo sigue cobrando de las instituciones nacidas de la denostada Constitución del 78 o, lo que es lo mismo, de España y los españoles, sino que se ha convertido en una pieza básica para la permanencia en el poder del presidente del gobierno, que, a cambio de su apoyo, lo ha elevado a la categoría de hombre de Estado. Ya sólo falta que el Abc lo nombre, como a Pujol, español del año. De repente, Rufián, que anteayer defendía para Cataluña el cupo vasco y ayer la independencia política, no sólo cogobierna España, sino que aboga -pásmense- por reducir la autonomía financiera de las comunidades autónomas de régimen común. Rufián, el centralista. Lo de la mesa de diálogo es un macguffin: con el sueldo y las prebendas del diputado, como en España no se vive en ninguna parte. Y él lo ha comprobado. Así que a Puigdemont, que es un looser, le pueden ir dando.
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