La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
En el mes de diciembre pasado Mariano Rajoy publicaba su libro Política para adultos. Este título podía ser complejo de entender hasta que, de pronto, todos sus herederos han demostrado cómo el llegar desde las juventudes hasta la alta política es el camino directo para acabar matándose vivos. Y esto no ha hecho más que empezar.
Los ciudadanos observamos atónitos cómo, en estos momentos de dificultades locales, nacionales e internacionales, muchos de nuestros representantes juegan con sus sueldos a defenestrar al compañero. Seguro que si con ello no creyesen ganar poder político o económico, no dedicarían ni un minuto a estos infantilismos de chupipandi. Pero, cuando su profesionalidad no ha nacido desde el tesón y el esfuerzo constante, como es habitual en el resto de los adultos, entonces se piensa que se tiene derecho a todo porque "yo lo valgo".
¿Qué le puede aportar tanta animadversión entre semejantes a un agricultor al que no le llega el agua para el riego?¿Y a los familiares de los ahogados en aguas de Terranova cuando nadie les ayuda a encontrar sus cuerpos?¿O a la población ucraniana cuando se le amenaza con la destrucción total? La respuesta es bien simple: absolutamente nada. Porque hay políticos que son incapaces de entender que sus cuitas internas no nos interesan, por mucho que llenen los programas de papel cuché. Cuando alcancen cierta madurez entenderán que cada minuto de su trabajo debe estar dedicado al bien común; a aportar ideas, sueños y proyectos; a impulsar nuevas leyes y, sobre todo, a mejorar nuestro mundo.
Es interesante como están evolucionando los tiempos. Ahora las iniciativas importantes se mantiene en silencio para no errar en su difusión final. Sin embargo, los trapos sucios se alardean en público porque así se llenan portadas y se encabezan titulares televisivos. Pero en el fondo estos medios de comunicación no hacen más que reírse de tanta candidez y, sigilosamente, dirigir los votos a donde más les convenga. Por ello, cuando alguien, del que se espera un comportamiento como hombre de estado, se transforma en bufón de la corte, es evidente que su tiempo ha concluido. No se trata de soportar permanentemente sus filias y fobias personales, sino de comportarse como el adulto que se espera. Como bien decía Abraham Lincoln: "Hay momentos en la vida de todo político, en que lo mejor que puede hacer es no despegar los labios".
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