La esquina
José Aguilar
Teresa Ribera tampoco estuvo
Disculpe el lector que vuelta a escribir sobre esto, pero hace unos días me metí en la página web de una clínica de maternidad subrogada y la experiencia, hasta donde pude llegar, resultó altamente ilustrativa. La empresa en cuestión, con sede en Kiev, recibe al visitante con lemas como los que siguen en su versión castellana: "Todas las parejas de cualquier edad pueden encontrar la felicidad de la paternidad en nuestra clínica"; "Gestación subrogada y donación de óvulos. Ucrania, un destino ideal para vientres de alquiler"; "La mejor madre subrogada cuidará de la salud de su hijo como si fuese el propio"; "Una base tecnológica de alto nivel y la experiencia de mucho años de nuestros ginecólogos y embriólogos muestran impresionantes resultados". La web detalla los plazos para los pagos del servicio, desde el comienzo del tratamiento hasta el nacimiento de la criatura, e invita a los usuarios a solicitar un presupuesto detallado; eso sí, anuncia una bonificación de mil euros a las parejas que accedan a compartir su satisfacción mediante la grabación de un vídeo que la clínica divulgará a su conveniencia. Y añade: "Nuestras donantes saludables, jóvenes y muy atractivas son un gran orgullo de nuestra clínica", antes de explicar cómo el cliente puede seleccionar a su presunta. Exactamente: recuerda a lo que recuerda.
Asegura la clínica que cada día recibe a una media de 110 pacientes de 37 países "que sueñan con cumplir su sueño de ser padres". Y, bueno, ya sabemos que, animadas por promociones similares, hay personas que compran a mujeres para tener sexo con ellas. Y éste es, según las estadísticas, el motivo principal, pero no el único: hay quienes compran a mujeres para charlar un rato, para distraer su soledad, para lucirlas en escaparates de la alta sociedad, para desahogar sus frustraciones y para tener a quien contar que su jefe es un cenutrio. La cuestión es que el criterio gerontofálico de la moral judeocristiana considera, y así lo tiene asumido buena parte del respetable a estas alturas, que está mal comprar a una mujer para tener sexo, pero a la hora de pronunciarse sobre el resto de razones poco esfuerzo han hecho los pontífices en aclarar los argumentos. Es decir, cuando se compra a una mujer lo importante es para qué. El fin sí justifica aquí los medios. Lo grave no es condenar a alguien a la esclavitud, sino eyacular donde no se debe. ¿Y acaso hay un fin más loable y tierno que traer un hijo al mundo?
No sé qué sentido de la oportunidad ha guiado a Ciudadanos para abrir este melón. O bueno, sí, tal vez: la rabieta por que no todo se pueda comprar con dinero.
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