Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
calle larios
ESCRIBO estas líneas poco después de haber conversado con Juan Echanove para la entrevista que pueden leer en este mismo periódico, en la página 42. Sigo dándole vueltas a lo que el actor me acaba de contar sobre el complejo de enfermera de la Cruz Roja que arrastra España, país en el que si alguien quiere obtener algo de atención debe, como mínimo, estar desangrándose. "Los españoles somos los de la tirita", dice Echanove. Y tiene razón. La postura oficial del carácter español hacia el talento es la de la viva sospecha. Cualquiera que no sea susceptible de merecer nuestra caridad cristiana es, como mínimo, ínclito a lo pecaminoso. Cuando Nicanor Parra (sí, el chileno viejo y raro al que le acaban de dar el Cervantes) afirma que la condición indispensable para toda obra maestra es pasar inadvertida, está hablando de literatura española, o al menos de literatura en español, que en los balances de las grandes editoriales viene a ser lo mismo. Fernando Arrabal volvió a decir hace poco en Valladolid (y seguro que lo dirá una vez en Málaga el mes que viene, cuando venga invitado por el Festival de Teatro) que en España sigue siendo considerado un provocador que salió una vez borracho en televisión mientras son muy pocos los que tienen alguna idea de lo que escribe, y que por eso prefiere vivir en Francia. Lo peor es que también tiene razón. Por no hablar de la cantidad de jóvenes empresarios, artistas y creadores en el más amplio sentido de la palabra, aún anónimos, que se largan a donde les hagan un poco de caso. En el plano político ocurre lo mismo. La debacle del PSOE obedece a una profunda dificultad en el seno del partido para identificar el talento, cuando seguramente lo tienen en las narices. Y los nacionalismos, que disfrutan de un auge y una estima bien ejemplificados en Amaiur, no son más que un desprecio al talento disfrazado de consigna identitaria. ¿Cuánto talento se ha perdido en Málaga? Buf. Uno por uno, uno...
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