Notas al margen
David Fernández
Del cinismo de Sánchez a la torpeza de Feijóo
Vísteme despacho que tengo prisa. Una oficina con su escritorio de caoba y pareja de sillas confidente viste mucho, da buena imagen en el viejenial world. Tener local propio con su placa en el portal, sala de recepción con plantas y cuadros, y todo el protocolo donde incluso preguntan -¿Desea usted tomar algo?- durante la espera, entre paredes de óleos enmarcados con tulipa y alfombras que huelen a tinta de billete, impone. Más cuando se percibe ese trajín oficinesco que suda por dentro al run run de la atmósfera climatizada y replicada del siglo XIX. Hoy se estilan más las salas de cristaleras con su cocinita al fondo en la que es obligada una cita inspiradora en la pared que augura un futuro para repensar en esos momentos distraídos de taza de café a la mano: El paraíso a ojos del teletrabajador. El teletrabajo tiene fama de desaliño en pijama. El telecurro frente al presentismo también tiene sus ventajas. Una realidad que comparten muchos astrónomos que cotizan por el R.E.T.A. La familia ideal tipo que tanto escasea en las estadísticas: uno autónomo emprendedor y otra a nómina a poder ser funcionarial o viceversa. Tal vez, la fórmula más anarquista para conciliar los imprevistos de la vida. Así se puede estar pendiente de los mayores y de los críos. Muchos profesionales liberales que llevan y recogen a sus hijos a la puerta del colegio, disfrutan de esa sensación abriendo portales en un tiempo inventado para seguir haciendo sudokus productivos y cumplir con las obligaciones y los plazos imposibles que dan de comer. Vadear la cita al médico, eternas semanas santas y blancas, atravesar los impuestos hasta el verano de tardes con siestas benditas. Hay mucho presentismo en el modo oficinista actual. Tal vez dentro de los desastres del coronavirus la popularización del teletrabajo a tiempo parcial o completo se abrirá paso como ya lo ha hecho en la mayoría de las empresas tecnológicas que nos impondrán su existencialismo virtual. Mi portátil, mi mundo. Un privilegio que no está a la altura de todas las actividades productivas que precisan poner toda la mecha a pie del cañón y atender de cara los humores del público, si llega. Escasos afortunados descubrirán el telecurro accidental en esta siniestra oferta de temporada, sólo por unos días, que esperemos que pasen cuanto más rápido mejor, hasta volver a la normalidad. Cuídese.
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