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David Fernández
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En tránsito
Hace pocos días, en la costa norte de Mallorca, estábamos tan tranquilos desayunando en una cafetería cuando el cielo empezó a teñirse de negro. Al poco rato -apenas unos minutos- se había hecho de noche: una noche densa, oscurísima, como de luna nueva en un día de invierno. Y a los pocos minutos, el cielo se desplomó sobre nuestras cabezas (por decirlo como lo habría dicho el gran Obélix). Una tromba marina arrancó árboles de cuajo, descargó pedruscos de granizo del tamaño de un puño, arrasó cultivos, desbordó torrentes, bloqueó las carreteras y cortó la electricidad y todas las conexiones telefónicas y de internet. Durante el resto del día estuvimos completamente aislados, como si viviésemos en 1920 o incluso mucho antes. Las predicciones meteorológicas nos habían avisado de un brusco descenso de las temperaturas y de una amenaza de lluvia, pero nadie se imaginaba que nos iba a ocurrir lo que acabó ocurriendo.
Por supuesto, esta clase de fenómenos son habituales al final del verano, y más aún en estos tiempos de cambio climático (el desierto de Atacama, en el hemisferio austral -el lugar más seco del mundo-, se había cubierto de nieve cuando la tromba marina se abatía sobre nosotros). Y casi todo el mundo ha vivido esta clase de tormentas que ahora se suelen llamar -rimbombantemente- "ciclogénesis explosivas" o DANA o gotas frías. Da igual. Nunca estamos preparados para ver una tormenta en directo. Y mucho menos para asumir sus consecuencias. La vida se hace muy difícil sin electricidad, sin móvil y sin internet, y más aún si tienes la carretera cortada. Pregunten a un adolescente.
Por suerte, la situación se fue arreglando poco a poco -todavía vivimos en un país que funciona, aunque no sepamos muy bien durante cuánto tiempo podrá seguir funcionando-, pero esta tormenta inesperada es la mejor imagen para entender lo que nos ha sucedido en este año 2020. Y así estamos. Empieza el nuevo curso y no sabemos si los alumnos podrán ir a clase, o si nos confinarán de nuevo, o si vamos a cobrar los ERTE o el Ingreso Mínimo, o si la clase política más inepta de la democracia será capaz de llegar a un acuerdo que garantice una mínima gestión eficaz de lo que estamos viviendo. Y aquí seguimos, perplejos y asustados en medio de una tormenta que nadie sabe cuánto va a durar ni qué consecuencias va a tener en nuestras vidas.
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