La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Crónica levantisca
El veto parental que Vox propone contra la educación sexual en los colegios se ha aparecido como un rayo de luz tras estas tormentas para comprender por qué no es posible un gran pacto educativo en España. Albergo dudas sobre lo necesario de una nueva ley, pero es indudable que el país necesita una reforma para sacar a nuestros alumnos de la zona depresiva de los informes Pisa y, aunque tengo algunas ideas, las guardaré. Igual que la opinión sobre el veto de Vox, sólo diré que lo que no le expliquen a los niños y niñas en los colegios lo aprenderán en la calle y de otros modos.
Vamos al pacto. El último ministro de Educación que lo intentó fue Ángel Gabilondo, filósofo e intelectual, dotado de la paciencia franciscana que cultivó durante algunos años. Estuvo a punto de conseguir que el PP firmase con el PSOE esa gran reforma, trabajó durante meses con diputados populares, pero la jefa de entonces, María Dolores de Cospedal, rompió lo acordado para no dar respiro a Zapatero. La excusa de entonces fue el castellano y la necesidad de un bloque nacional común en todas las materias.
Gabilondo sabía lo qué tenía entre manos, por eso sacó de la negociación, postergó, todo aquello que era tóxico para el entendimiento, lo dejó para el final ante el convencimiento de que una vez armada una buena ley, el asunto de la religión, el castellano y el papel de la concertada se resolvería sin maximalismos. Mediante el pacto.
Vox ha metido sus deditos de agitación y propaganda en un asunto fascinante que no tiene, sin embargo, ninguna repercusión en la vida diaria de los alumnos ni de los profesores. En Andalucía no hay ni una sola denuncia por los contenidos de las actividades complementarias. Y en Madrid, dos, y una de ellas es por Twitter. Lo que hace Vox está en las antípodas de Gabilondo: zarandea la toxicidad, exagera y miente con videos obtenidos en otros países, divide, polariza y lleva al PP -su gran víctima- a su campo. El miedo secular de una parte de la derecha a la homosexualidad masculina, su manto de tabú ante la femenina, sus líos cerebrales con la transexualidad y otro tipo de pajas morales -es que solo piensan en lo mismo- les ha llevado a abanderar el pin parental con el mismo ímpetu que el pendón de Granada. Ortega (nada que ver con el otro) nos advierte que la Reconquista aún no ha acabado. Imagínense los siglos que deben transcurrir para que Vox y una parte del PP admitan, entonces, que ETA fue derrotada.
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