La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Notas al margen
Una decena de personas desaparece a diario en Andalucía y el 95% de los casos se resuelve en 24 horas. El del joven Álvaro Prieto fue distinto desde el principio y nos dejó valiosas lecciones. Su desaparición conmovió a toda la sociedad y la conversación giró alrededor de su búsqueda con inquietud porque su caso circuló a la velocidad de la luz por las redes sociales. Todos intuimos que algo raro le había sucedido y sentimos que podría haber sido uno de los nuestros. Como pocas veces antes, su historia nos tocó de lleno. Todo el que pudo se volcó en su búsqueda, empezando por sus allegados, que se sumaron a las batidas. Y a medida que avanzó el puente, el personal contuvo la respiración pensando en su paradero, sin dejar de atender a las noticias al minuto.
Los más jóvenes de su generación le dedicaron un pensamiento antes de dormir porque las mismas preguntas rondaban la cabeza de todos. ¿Qué le pudo suceder? Es complicado adivinar por qué subió al techo del vagón y nadie pudo imaginar su trágico final. Esto habría de servirnos para extraer conclusiones, antes de señalar a nadie sin conocer qué sucedió al detalle. Criticar la falta de humanidad sin haber pisado el terreno es cuanto menos injusto. La fatalidad existe, aunque por desgracia preferimos compartir barbaridades antes que argumentos moderados. La desinformación es tan antigua como la guerra, pero las redes le otorgan a los bulos una velocidad que da miedo. Los hechos tienen mucha menos influencia que las emociones. Los juicios paralelos en busca de culpables sirvieron para alterar los sentimientos pero no fueron de gran ayuda en la investigación.
Habría estado bien contar con más agentes de la Policía y otros cuerpos de seguridad, aunque ahora sea fácil decirlo. No dieron abasto y está claro que algo falló. La colaboración de la Guardia Civil en estos casos es mucho más que valiosa y oportuna. Sin embargo, en este país no estamos acostumbrados a ver juntos a policías y guardias civiles, a pesar de que habría bastado con tocar su puerta. Y no será porque las relaciones al más alto nivel entre ambos cuerpos no sean buenas. Son magníficas, pero por una extraña competencia, que no deja de ser sana en el fondo, el Gobierno prefiere activar a la UME antes que a los miembros del instituto armado. Esta misma falta de coordinación se sufrió en el caso de Marta del Castillo y seguimos sin aprender. Nunca es tarde. La experiencia de la Guardia Civil es imbatible en la búsqueda de desaparecidos en los lugares más recónditos, sin desmerecer a la Policía. De poco habría servido en este caso, pero se trata de pensar en el futuro, como se ha hecho al reforzar el blindaje de Santa Justa. Para que el caso de Álvaro sea distinto al resto de verdad, hemos de aceptar sus lecciones como auténticos regalos. Quizá así no las olvidemos. Y a él tampoco. Descanse en paz.
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