Aceras, una herencia romana

La ciudad y los días

14 de septiembre 2024 - 03:08

Buena noticia: el Ayuntamiento, como acaba de hacer en la costanilla de San Isidoro, sigue liberando calles de centro histórico del sudario de asfalto negro para reponer el adoquín de Gerena. Buena noticia: aprovechando las obras de saneamiento y abastecimiento se adoquinarán las calles Santa Ángela de la Cruz y Gerona, creando una plaza en su confluencia (lástima que no se devuelvan al convento del Espíritu Santo sus muros encalados –¿recuerdan la manía del ladrillo visto?– con los azulejos del Tibi soli peccavi sobre la puerta). Mala noticia: el proyecto para las calles Santa Ángela de la Cruz y Dueñas contempla una pavimentación en plataforma única.

Magnífico que se quite el asfalto –muy apropiado para autopistas, carreteras, avenidas y calles de los extramuros no históricos– que amortajó casi toda Sevilla desde las mareas negras del desarrollismo franquista (con gran satisfacción, todo hay que decirlo, de los sevillanos por lo suavecito que rodaban sus coches) hasta hoy. Magnífico que se restituya el adoquín. Objetable que la zona de acerado se cubra con solería de granito en vez de con la más sufrida de losetillas hexagonales que durante tantas décadas se utilizaron. Pero deplorable el patatús anti aceras que está dejando tantas calles del centro histórico sin ese hermoso relieve y erizadas de horrendos pinchos o bolardos. Las aceras fueron una de las aportaciones de Roma a la civilización occidental, posteriormente perdidas y recuperadas en la segunda mitad del siglo XVIII y el XIX en las metrópolis más modernas, con Londres y París en cabeza. “Un extranjero agradece las aceras que se extienden a ambos lados de las calles, en las que se siente seguro frente al temible ajetreo de los carros y carruajes”, escribió un viajero alemán de visita en Londres allá por 1782.

Además de crear un espacio propio para los peatones, las aceras embellecen las calles y las plazas con sus relieves (véase cuanto ha perdido la de San Lorenzo y qué hermosa se conserva la del Cristo de Burgos) y evitan que se ericen de pinchos y bolardos anti aparcamiento sin plantear –si se hacen las cosas bien– problemas de accesibilidad gracias a las rampas o los rebajamientos de altura. Hermosean incluso esas calles tan estrechas en las que la acera es solo un pespunte de granito. Y si la calle se peatonaliza, sería deseable mantener esa herencia romana llamada acera.

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