En tránsito
Eduardo Jordá
Sobramos
LA Andalucía de hoy no se podría entender sin la trascendental aportación de Don Antonio Machado. La pasada semana tuve el honor, y la enorme responsabilidad, de poner punto final a los actos del centenario del encuentro del poeta con Baeza. Una relación no muy larga en el tiempo (1912-1919) pero tan intensa y profunda que marcaría de manera indeleble esta estancia en tierras andaluzas. Unos pocos años en los que reafirma definitivamente su amor y compromiso con sus "andalucías". Un siglo que bascula entre dos realidades muy diferentes, la de hoy y la que encuentra el poeta en una pequeña ciudad de provincia, que recibe a un Machado que llega abatido por la muerte de su esposa, derrotado, que incluso alberga la idea de poner fin a su existencia ante tanto tormento. Es el retrato distorsionado de un poeta en crisis.
Esta vuelta de Machado a Andalucía ha traído a mi memoria una conmovedora imagen -que no dista mucho de la del poeta a su llegada a Baeza- que muchos años después todavía permanece en mi retina con el mismo impacto que me produjo la primera vez que la vi. Era la figura de un hombre abatido, de mirada perdida, que torpemente despejaba con sus manos el papel que le impedía sacar de un paquete de tabaco un cigarrillo -sugiere- con el irrefrenable deseo de fumar. De dar unas densas bocanadas de humo con las que -sin saberlo- apuraba sus horas de exilio, de vida, en la terraza de un pequeño hotel de un pueblecito de la costa francesa. Esta última imagen del poeta en Collioure. Y esa otra que ahora se me hace presente de su austero ataúd apoyado entre dos sillas envuelto en la bandera republicana, han quedado fijadas para siempre en mi memoria y fueron un resorte, como para tantos otros, para alzar la voz y el compromiso con esta tierra. Esas imágenes, que ya forman parte de nuestra memoria colectiva, significaron todo un revulsivo para el despertar de los andaluces y para fortalecer la lucha por la libertad de un pueblo que no estaba dormido sino marginado e incomunicado por la desidia y el abandono. A estar orgullosos de nuestra identidad y, sobre todo, del inmenso caudal de nuestra Cultura, en la que Don Antonio Machado emerge no sólo como inigualable poeta y uno de los más grandes valores de las Letras españolas, sino como uno de los escritores e intelectuales más comprometidos que pusieron nombres propios a nuestra identidad y lideraron a los andaluces en la conquista de nuestra autonomía.
En su momento Andalucía dio una gran lección. Y ahora debemos también marcar las líneas de una política diferente, comprometernos en un pacto por la cultura que nos permita salir de esta situación de crisis y superar estos momentos de desconfianza y de grandes incertidumbres en los que todos estamos sumidos. La cultura no es sólo espectáculo. Es la seña de identidad de nuestra ciudadanía y la garantía de su libertad. De una sociedad más crítica, inconformista y exigente. Como es ejemplo Don Antonio Machado, un poeta que llevó a Baeza y Andalucía en el corazón y que cien años después he tenido la satisfacción de ratificar que es Baeza y Andalucía la que en todo este tiempo han llevado siempre en su corazón y su entendimiento a un andaluz único con el que recuperaron su libertad y dignidad. La misma con la que el poeta salió de España camino del exilio; de pié y con la cabeza bien alta hasta Collioure, ese pequeño pueblecito marinero que es el final de la extensa geografía machadiana y de la memoria cultural, política y sentimental de Andalucía.
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