Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
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Rezaba aquel soniquete de inicios del siglo XX, al referirse a nuestra ciudad: “Málaga, ciudad bravía, entre antigua y moderna. Más de 5000 tabernas y una sola librería”. Probablemente definía muy bien a la sociedad de aquel momento, que empezaba a vislumbrar los albores de lo que hoy es ya una ciudad internacionalmente reconocida y respetada. Muchos fueron los pasos recorridos y muchos más los que quedan por dar, pero lo que sí está claro es que la imagen actual que traspasa fronteras es ilusionante, pero: ¿seremos capaces de disfrutarla todos los ciudadanos de la misma manera?
La salida del centro de la ciudad hacia la Avenida de Andalucía discurre entre edificios que empiezan a languidecer. Tanto la sede provincial de Hacienda como las antiguas oficinas centrales de Correos muestran un aspecto deprimente, cuya dejadez no hace más que empeorar su aspecto de progresivo abandono. Es curioso que sus propietarios, tanto públicos como privados, no tengan la mínima sensibilidad ante las actuaciones urbanísticas modernas que empiezan a surgir a su alrededor. Parece que todas aquellas normativas que animan con firmeza a los propietarios de solares para que éstos sean reutilizados, no fomentan paralelamente una mayor celeridad para actuar sobre las construcciones en altura. Pero en una ciudad, donde el metro cuadrado está tan bien valorado, deberían impulsarse medidas para que las rehabilitaciones no se alarguen en el tiempo hasta que todo acabe cayendo por su propio peso.
Ahora son otros edificios, como el de Caixa Forum, la nueva Rosaleda o un posible WiZink Center los que empiezan a modificar la fisonomía malagueña. Y ésta es una inercia habitual de las grandes ciudades que, por su naturaleza, también tienen grandes necesidades de equipamientos culturales, museísticos, académicos o científicos. El atractivo diseño con el que irrumpen hoy estas instituciones bancarias y organizaciones empresariales, como lo hicieron en el pasado los mecenas de las urbes del renacimiento, puede embellecer nuestro patrimonio o convertirlo en una ciudad dispersa. Recordemos que cuando no se planifica con cierto orden, por tal de posibilitar infraestructuras en cada barrio o rincón, después cuesta corregirlo. Y ya nos lo indicaba el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright: “Los médicos tapan sus errores con tierra, los abogados con papeles y los arquitectos aconsejan poner plantas”.
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