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Algo muy serio pasa en el fondo de un país cuando una persona que ha sido presidente y que es responsable del intento de un golpe de Estado es elegido presidente”. La sentencia es de José María Aznar y ha sorprendido, ya que no han sido pocas las voces que, desde el mundo liberal conservador, han hecho estos días un análisis atenuante de los resultados electorales en las presidenciales norteamericanas. Un análisis que, normalmente, ha girado sobre dos ejes. El primero, que la democracia no está en peligro por el mandato otorgado a Trump. El segundo, que es la pura reacción al puritanismo woke que ha carcomido el partido demócrata la que explica el triunfo de un discurso como el de Trump. Para llegar a la primera conclusión es necesario obviar precisamente aquello sobre lo que el ex presidente Aznar ha insistido. Ha ganado el responsable de un golpe de Estado. Estos días he tenido la oportunidad de releer los antecedentes judiciales del litigio Trump v. United States y de comprobar la crudeza del aparato documental que sirvió para probar cómo Trump ordenó a gobernadores estatales, al secretario de Estado de Justicia y al vicepresidente que adulteraran el resultado electoral; y cómo luego instigó para que una muchedumbre asaltara el Congreso impidiendo la proclamación del presidente electo. Si Trump no ha respondido penalmente por estos actos es porque la Corte Suprema, a través de una mayoría determinada por tres jueces designados por él, interpretó, de forma sorprendente, que estos eran actos oficiales protegidos por la inmunidad presidencial. La democracia implica la posibilidad de alternativa y, con estos antecedentes, afirmar que la democracia norteamericana no está en peligro requiere ingenuidad. Pero no menos ingenuo es explicar la hegemonía de Trump como una simple reacción dialéctica al puritanismo ideológico de los demócratas. Comparto el diagnóstico de que la izquierda en general, y la norteamericana en particular, se ha convertido en un movimiento político negligente en la lucha contra la desigualdad material y al mismo tiempo atrapado en el narcisismo clientelar de las identidades culturales. No obstante, lo extraordinario en Trump no es tanto cómo ha vencido a los demócratas, sino cómo desde 2015 hasta hoy ha destruido una tradición política centenaria. Su gran victoria es contra el Partido Republicano y aquí también vale decir que algo muy serio pasa en el fondo una democracia cuando se disuelve en nihilismo y reacción su tradición conservadora. Eso es lo que ha ocurrido en los Estados Unidos y eso es lo que no tiene que ocurrir en Europa.
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