El balcón
Ignacio Martínez
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Cambio de sentido
Ahora que lo pienso, en muchos de los momentos plenos e importantes de mi vida yo estaba bailando. Bailando de chica el twist Speedy Gonzales con mi padre. De mozuela en el patio sevillanas con mi madre. Entre las piernas de mis abuelos, pasodobles a tres en la feria del pueblo; de cafre en las bodas, congas y Paquito El Chocolatero; en aquel concierto de Roncos do Diablo; al son pelayero en la sabana del caribe colombiano; sola y sin música en una de las noches más hermosas. He empleado el adjetivo “importante” para calificar escenas en apariencia intrascendentes. He dicho bien. Evoco estos instantes y su emoción por si acaso les recuerda a los suyos. El baile es la opinión del cuerpo, una tribuna abierta de brazos, un manifiesto contra la muerte. “Se arranca al primer golpe de batería de la orquesta”, me cuenta por teléfono una amiga. Habla de su madre, que se ha aficionado a ir “al baile de los viejos” que se celebra cada sábado en un salón de fiestas. Es la dueña de la pista. También baila en los cruceros, pasos divertidos y voluptuosos que le hacen olvidar sus penas.
Me pregunto si las coreografías que salen sin parar en TikTok e Instagram (miríadas de mujeres y no pocos hombres que emulan punto por punto a sus ídolas del meneo) son lo mismo que los bailes que refiero más arriba, o hay entre aquello y esto una diferencia de naturaleza y, por tanto, de gracia. Me sorprende la inclinación de la música comercial actual al modelo “cantante con música enlatada y un fastuoso cuerpo de baile”, como si estuvieran actuando en Aplausos del año 81. Siguiendo la estela, gentes de todas las edades se graban repitiendo los movimientos con precisión y articulando los labios en play-back. Pareciera no haber lugar para la propia expresión del cuerpo.
Recuerdo las palabras de Antonio Gades: “La danza no se ha inventado para que la baile un señor muy guapo, muy bonito, muy delgado. Se está perdiendo el sentido y el origen de la danza. Todo el mundo tiene derecho a danzar. Los pueblos bailaban, los gordos, las gordas, los viejos, los jóvenes, y bailaban por sensaciones y por la vida, bailaban por la muerte… Se ha creado un arquetipo de bailarín y de bailarina que no es cierto. Los pueblos que danzan y que cantan no se mueren en la vida”. En las redes la gente baila tanto ahora… mas no bailan para su presente y compañía; reproducen coreografías en la extimidad de un cuarto con vistas a TikTok. Bailar también tiene un porqué y un para qué.
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