
Paisaje urbano
Eduardo Osborne
Teoría del nuevo nazareno
Cuando iniciamos nuestra aventura en busca de la Baviera Romántica, nos asentamos en un camping que estaba en las afueras de un pequeño pueblo llamado Ungen cercano a Zurich. El camino terrizo por el que llegamos a él era tan malo y con baches tan profundos que, en uno de ellos, se vino abajo la litera de la caravana que yo estaba utilizando para llevar en ella el ordenador, la impresora y los libros que iba utilizando en el viaje. Fue un contratiempo que solucionamos como pudimos y que dio lugar a la excelente transformación que le dimos a la caravana al regreso, ya que lo que era litera se convirtió en armarios y estanterías para nuestra pequeña biblioteca viajera.
Cuando pensábamos salir de dicho camping para coger camino hacia nuestro destino, nos percatamos de que estábamos muy cerca de Friburgo que tiene fama de ser la más bella, célebre e interesante ciudad del sur de Alemania. Así que decidimos alargar la estancia y dedicar el día a visitar la ciudad considerada como la puerta de entrada a la Selva Negra (Schwarzwald, en alemán) en el estado de Baden-Wurtemberg.
Yo diría que Friburgo es un rincón subyugante que, además de ser una importante ciudad universitaria, es un lugar donde la historia medieval se encuentra con un presente moderno y ecológico. Situada en la ceja de la Selva Negra, Friburgo no solo cautiva por su belleza natural, sino también por su compromiso con la sostenibilidad y la calidad de vida. Las calles adoquinadas, los canales de agua que recorren su casco antiguo y las vistas de las montañas crean una atmósfera única. Es un destino perfecto para los amantes de la naturaleza, la arquitectura medieval y tradicional y la innovación medio ambiental. Aquí, el ritmo tranquilo de la vida se fusiona con una energía joven y dinámica, dando un ejemplo claro de cómo el pasado y el futuro pueden convivir armoniosamente.
Bañada por el río Dreisam, en pleno valle del Rin, es un importante nudo de comunicaciones por su emplazamiento fronterizo con Francia y Suiza. Tiene una de las universidades más antiguas de Europa, ya que fue fundada en 1457, y es un importante centro cultural e industrial. La historia de Friburgo comienza en el siglo XII, cuando fue fundada en 1120 por el duque Konrad de Zähringen. Originalmente, la ciudad nació como una especie de “pueblo libre” para promover el comercio y el asentamiento en la región, lo que le dio una cierta independencia y la oportunidad de desarrollarse rápidamente. Su ubicación estratégica le hizo ser un punto importante para el comercio y el intercambio cultural. Gracias a ello y gracias a su condición de ciudad libre imperial, lo que significaba que no estaba directamente bajo el control de un señor feudal, sino que respondía solo ante el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Friburgo floreció a lo largo de la Edad Media creciendo en importancia y riqueza, lo que permitió la construcción de importantes estructuras.
En los siglos posteriores, la ciudad pasó por diversas épocas, tanto de prosperidad como de dificultades. En el siglo XVI, Friburgo se unió a la Liga Suiza, y durante las Guerras Napoleónicas a principios del siglo XIX, la ciudad fue ocupada por tropas francesas. En 1805, pasó a formar parte del Gran Ducado de Baden, un estado que fue clave en la unificación de Alemania. Y, ya en el siglo XX, la ciudad, al igual que muchas otras en Europa, sufrió las devastadoras consecuencias de las dos guerras mundiales. Durante la Segunda Guerra Mundial, Friburgo fue bombardeada, lo que dañó considerablemente sus infraestructuras, aunque la ciudad logró conservar gran parte de su casco antiguo. Después de la guerra, Friburgo experimentó una rápida reconstrucción y un renacimiento cultural y económico, consolidándose como un centro académico y científico, en gran parte gracias a la Universidad. En las últimas décadas, Friburgo se ha destacado por su fuerte compromiso con la sostenibilidad y el medio ambiente. La ciudad se ha convertido en un modelo de ecología urbana, con iniciativas innovadoras en áreas como las energías renovables, el transporte público y la construcción verde. Hoy en día, Friburgo es conocida como la “capital verde de Alemania”.
Nos sorprendió su catedral (Münster) gótica, intacta desde su construcción realizada entre finales del siglo XII y comienzos del XVI. En su esbelto y elegante volumen destaca su torre, de 116 metros de altura, de forma octogonal, aunque de base cuadrada, con una preciosa aguja calada coronándola. Asombra, hasta quedarse uno pasmado, el atrio (el Vorhalle) con su conjunto de esculturas del más bello gótico imaginable de finales del s. XIII. En el pilar central, La Virgen, a la derecha, La Anunciación y Santa Ana y, a la izquierda, Los Reyes Magos. El tímpano muestra la Natividad, La Pasión y el Juicio final, mientras que en las archivoltas están los Apóstoles, Profetas, Ángeles, Patriarcas y Reyes de Judea. En el centro Cristo. El interior, de enormes proporciones está dividido en tres naves. Toda ella es maravillosa. El Coro sublime, y en el altar mayor un políptico de la Coronación de la Virgen del s. XVI, para llegar al éxtasis. Se cuenta, en la leyenda del “Friburgo de Münster”, que la torre nunca alcanzó la altura prevista por el arquitecto y que éste, aún después de muerto, sigue rondando por la catedral y algunas noches se escuchan los golpes de su martillo, o se puede ver su sombra, como si siguiera trabajando para acabar la torre. La leyenda ha terminado convirtiendo al desdichado arquitecto en el protector de la catedral. Esta historia ha quedado como parte del misterio y el encanto de la catedral, convirtiéndola en un lugar lleno de magia y simbolismo, donde se mezclan la lucha, el amor y la tragedia.
La plaza de la catedral (Münsterplatz) ofrece algunos edificios interesantes como el Palacio Arzobispal o la casa Kaufhaus, construida en el siglo XVI, cuya fachada está decorada con las estatuas, del mismo siglo, de los emperadores de la casa de Habsburgo. Otros varios edificios de entre los siglos XVI y XVIII, realzan esta espléndida plaza que tiene también, en uno de sus lados, una fuente (la Fischbrunnen) del siglo XV. En un antiguo convento agustino de los siglos XIII-XIV, se encuentra el Museo de Arte e Historia de la ciudad; es interesante, aunque lo verdaderamente notable que contiene es la colección de piezas de orfebrería de la Alta Edad Media. (s. XI y época gótica hasta el s. XVI).
No lejos, otra iglesia del siglo XIII, convento de los dominicos, contiene el Museum für Völkerkunde, dedicado a la etnología local que muestra una buena colección de esculturas góticas. Llegados a la Plaza del Ayuntamiento (la Rathausplatz), la más bella de la ciudad, nos encontramos con la estatua de Berthold Schwarz, un monje al que se le atribuye la invención de la pólvora para disparar, se conoce que los chinos solo la inventaron para los fuegos artificiales ¡Vaya usted a saber! En la plaza está el Ayuntamiento Nuevo construido en el siglo XIX y el Viejo (Altes Rathaus) renacentista del s. XVI. Al lado está la iglesia de San Martín del s. XIII.
Una de las singularidades de Friburgo es, sin duda, los canales o blächle. No son grandes ni profundos, pero serpentean a lo largo de las calles adoquinadas y suman más de 30 kilómetros en total. A pesar de que hoy en día no cumple la función original de drenaje, todavía son una parte fundamental de la identidad de la ciudad, con el agua fluyendo suavemente entre las casas y las plazas. También los canales tienen sus leyendas. La más conocida gira en torno a la creencia popular de que si te atreves a meter los pies en el agua de los blächle, Friburgo te elige como su “huésped” y te quedarás más tiempo o volverás. La verdad es que, cuando conoces Friburgo, con los pies mojados o sin mojar, siempre piensas en volver.
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