El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Cambio de sentido
De las palabras que me hacen cosquillas donde más tengo, una es “biempensante”. Miren que es graciosa. Y peripuesta, con su eme tan larga delante de la pe y, sobre todo, por lo que connota. Alude a esa gente que piensa no ya que lo suyo es lo correcto, sino que todos los demás vivimos desviados y descocadas. Qué soberbia entrañable. El biempensante común almuerza (a su hora) certezas, se siente fino y seguro, le tiene puesto un altarcillo a su santísima reputación. Luego llegan Mingote, Forges o las viñetas de El Profesor Cojonciano y los pintan en su vértigo, asomados –si no precipitados al abismo de un escote femenino– al filo de su estrecha moral. El diccionario dice, lo acabo de mirar, que el término tiene su punto irónico (normal que haga cosquillas en las entendederas) y lo define así: “Que piensa de acuerdo con las ideas tradicionales de signo conservador”. En otras palabras, los biempensantes son, por definición, de derechas.
Lo inquietante de estos tiempos raros es que ahora también hay biempensantes de izquierdas, por lo que exijo a la Real Academia Española que enmiende la mencionada entrada. Los he visto con mis propios ojos cuestionar la pureza ideológica de Miguel Hernández, erigirse en guardianes de lo correcto, usar tecnicismos propios de los lenguajes de la dominación, resbalarse al pisar su propia sombra y morir (ay, Errejón) de contradicción. El movimiento pendular se las trae, porque ahora y así resulta que lo antisistema y la disidencia está dispuesta a quedársela la ultraderecha, esa “sin complejos” por ser patriotera, racista, machista, clasista y embustera. Tiene tela el cambiazo.
No quiere ni puede este artículo ponerse del lado de quienes les ha venido de escándalo el concepto woke para dispararlo a cualquiera que le preocupe la igualdad, la justicia social o la ecología. (Tan en contra de la proliferación de anglicismos hasta que cogieron este y no lo sueltan). Olvidan que esto no es, por fortuna, Estados Unidos. Aquí el puritanismo protestante agarra menos. Lo mismo que las sectas o las dietas milagro, el puritanismo puede prender entre consumidores de dogmas mainstream sin escala de grises, que necesiten que se lo den todo pensado. Quizá esa sea la cantera de los y las biempensantes de cualquier signo. Lo malo sería y es que nuestros partidos de izquierdas se entretuvieran en secundar a biempensantes más que al librepensamiento. Después que si la clase trabajadora abandona a los partidos que los abandona. ¡Naturaca!
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