Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Junts por Jaén, Junts por La Línea y el PP
El mundo de ayer
En el prólogo de Los hermanos Karamázov, Dostoyevski pide disculpas por haber elegido como héroe de su novela a un hombre “estrafalario”, lejos tal vez de la norma o de ofrecer un ejemplo de provecho al ocupado lector, que tiene otros menesteres que ya le roban gran parte de su tiempo: “Aunque llamo a Alexéi Fiódorovich mi héroe, sé muy bien que no es, de ningún modo, un gran hombre, y preveo por ello inevitables preguntas como éstas: […] ‘¿Por qué yo, como lector, he de perder el tiempo estudiando los hechos de su vida?”. Dostoyevski propone como única respuesta, naturalmente, que se lea su novela, pero sospecha que, pese a ello, lo más probable es que el lector no considere a Alexéi un hombre notable.
Lo mismo, aunque por otros motivos, hace Jane Austen al contar la historia de Emma Woodhouse: “Voy a elegir a una heroína que, excepto a mí, no gustará mucho”. En general, no hay nada mejor para que yo me crea lo que alguien me va a contar que decirme que probablemente no me guste. Del mismo modo que no nos fiamos de las historias tendenciosas o de las exageraciones, pese a que la realidad tiene sitio de sobra para ese sitio de manifestaciones, nuestra sensibilidad moderna ha tenido como norma el rechazo de los personajes planos o monolíticos. Nos creemos lo feo, lo injusto, lo egoísta, y en general lo impredecible o indefinible, porque es lo que vemos en el mundo y en ciertos rincones de nuestro propio corazón.
¿No nos tenemos que enfrentar con esto todo el rato? En estos días me lo pregunto bastante. Los años son monedas lanzadas al aire en las que cara y cruz se mezclan en un brumoso baile. Cada uno de enero se debilita el poder de este umbral imaginado, este punto en el espacio en el que todo cambia para seguir siendo lo mismo. A fuerza de vernos la cara en el espejo días y días, a fuerza de acumular aciertos y errores, orgullos y vergüenzas, aburrimientos, deseos, culpas, remordimientos, amores y desamores, un año más o un año menos nos importan poco, porque sabemos que no va a cambiar mucho lo que ya sabemos: que nuestro rostro, nuestro nombre y nuestra identidad siguen siendo una caja negra en la que virtudes y defectos encuentran el mismo abrigo y comparten la misma cama. Y sabemos también que quien examine nuestras vidas, empezando por nosotros mismos, tal vez no nos comprenda ni simpatice con nosotros ni nos considere héroes de nada, pero que esa es la única forma de comprender lo que supone ser humano en la tierra: vivir.
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