Salvador Merino
Vaya tropa
Si es que, cariño, mi mujer no me hace ni caso. Vamos, que ni me habla. Que llego a casa después de trabajar –bueno, al salón, porque tú ya sabes que trabajo en el despachito que me he montado en el chalet–, y ella ni me habla. Se va su dormitorio y yo, como si no existiera. A cenar solo ¡que ni siquiera están los niños! y luego, al sofá, que todavía no han terminado la reforma y no tengo listo el apartamentito que me estoy montando en el jardín. ¡Qué esa es otra! Porque a ver qué hacemos con los críos. Al pequeño, parece que lo tenemos encaminado y le hemos buscado un buen puesto de trabajo. Uno de esos de la administración de los que no te echan ni con agua caliente. Pero con las dos mayores. Con esas no sabemos qué hacer y ella, mientras, en su dormitorio, como si la cosa no le incumbiese. Porque antes, si eras de buena familia –que nosotros lo somos, y de muy buena–, siempre podías casarlas bien. Pero ahora las cosas han cambiado. A ti no te hacen ni caso, y ellas quieren casarse por amor. Como si esto fuese una serie turca. Y con el mundo que llevan corrido y las luces que tienen, seguro que me eligen a dos tarambanas. Y si no, al tiempo. Y así no se puede vivir. Con la de problemas que tiene uno el trabajo con todos esos rojos a los que les revienta que haya heredado el cortijo y quieren echarme al grito de ¡la tierra para los que la trabajan! Bastante han conseguido ya con elegir al presidente de la compañía, que cuando el abuelito era el dueño, al presidente lo ponía él y mucho cuidado con el que rechistase. Y no te engañes, todo, para llevárselo calentito. Y yo entiendo que si se estás ahí es para eso, pero es que estos se pasan. Estoy rodeado de chorizos que exprimen a sus propios compañeros. Menos mal que estás tú, mi vida. Porque, si no fuera por esto, no sé qué haría. Y sabes, que si no te trato mejor, que si a comer no traigo ni una botella de vino, no es porque no quiera. Es que no puedo. Es por discreción y ya te compensaré. Pero es que mi mujer no me lo pone fácil. Antes se enfadaba por cualquier cosa, porque le cogiese la mano en público, pero ahora, ahí sigue, aguantando. Pensando que todo volverá a ser como antes. Que no lo va a ser. Aquí hay que estar ojo avizor, que cualquiera te pone un micro y luego te pide unos cuantos millones a cambio de no publicar los audios. Como si yo los tuviera para dárselos a la primera que pase por delante.
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