El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
Monticello
La Comedia Humana, ya se sabe, es el título bajo el que Balzac agrupa su saga de novelas sobre la sociedad francesa de la Restauración. Parece ser que el origen de este título está en la voluntad del escritor de homenajear la Comedia de Dante, llamada así por el florentino como oposición a la tragedia, por su final feliz. El desenlace de las historias de Balzac suele ser, sin embargo, desdichado, algo que hace contradictorio el título para el lector español que, por intuición, relaciona la comedia con el género cómico. En cualquier caso, no es extraño que la realidad de los hombres ofrezca, como materia literaria, una mezcla de farsa y desdicha que es al mismo tiempo hilarante. Hay mucho de eso en la vida política de esa izquierda española que nace allá por el 2014 y ha muerto novelescamente este octubre. Su historia, por eso, sólo podrá explicarse en profundidad con el candor propio de la literatura, y al hilo de pasiones mundanas, como la ambición y el odio, la perversión o la traición. Aquellos jóvenes de Vista Alegre han sido personajes de nuestra comedia humana y alguien tendrá que escribirla. De su sustancia cómica irrefrenable e inconsciente ahí queda, como epílogo, el anuncio de una terapia de buena masculinidad para los cargos del partido o la jerga extrañada de las subjetividades tóxicas y el sexo neoliberal, tan a tiro del meme popular. También, el inevitable regocijo plebeyo ante la imagen de un Robespierre sometido al rigor puritano que él ha predicado. Hay mucho material de vodevil en estos dos lustros de escenas públicas y privadas entremezcladas, donde vimos aprobar por votación la vivienda familiar del vicepresidente y la ministra de igualdad. No obstante, esta historia que encuentra en Madrid su escenario cortesano de amistades traicionadas, escaños, ministerios y noviazgos de partido, de coletas cortadas y depravaciones, es el relato de unas expectativas descarriadas. Su final, ejecutado por el literario personaje de una gacetillera digital ducha en delaciones anónimas, se cierra abriendo nuevos negociados para los supervivientes astutos y con una clásica tragedia personal. En Las ilusiones perdidas, una de las más célebres entregas de Balzac, el joven Lucien de Rubempré termina merecidamente enterrado entre los escombros de su inteligencia; vilipendiado por la prensa y sin que ninguno de sus amigos recuerde haberlo sido. Es un final que estremece y que nos interroga sobre las debilidades de nuestra condición, tanto como el anhelo de inquisición general a la vida privada que, difuminando la frontera entre la miseria moral y el acto delictivo, queda como legado de una era política fantástica, por impudorosa y grotesca.
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