Conservadurismo del miedo

07 de septiembre 2024 - 03:07

¿por qué nuestras sociedades son más conservadoras? La extensión y normalización de los partidos de la extrema derecha hacen pertinente esta pregunta. La cuestión es importante por los resultados electorales, sin embargo, lo interesante es explicar las implicaciones profundas de este hecho en nuestras democracias.

Tomemos, por ejemplo, los dos casos de esta semana. En Alemania, la extrema derecha de Alternativa para Alemania (AfD) ha logrado su primer gran triunfo electoral, siendo el partido más votado en el Estado federal de Turingia y el segundo en el de Sajonia, ambos en el este del país. No obstante, parece improbable que logre gobernar, por el cordón sanitario impuesto por el resto de partidos. En Francia, El presidente francés, Emmanuel Macron, ha nombrado al político conservador Michel Barnier como nuevo primer ministro. El personalismo de Macron ha traicionado la voluntad de los votantes y puede dar la llave del gobierno de Francia al partido de Marine Le Pen. En ambos casos, siendo distintos, este giro político hacia la derecha conduce a escenarios políticos de mayor incertidumbre.

En ambos casos, no avanzamos hacia sociedades conservadoras por vivir en sociedades opulentas, con democracias con estabilidad política y buen funcionamiento de las instituciones políticas y del Estado de Bienestar. Parte de ese giro conservador es un malestar y un miedo a escenarios políticos que son el resultado de los efectos de un modelo de sociedad conflictual y contradictoria. Se trata de conservar lo que nos queda y que no perdamos más. Parece que avanzamos hacia democracias reactivas y definidas, sobre todo, por lo que tememos y ello nos conduce hacia una política de lo imprevisible, carentes de liderazgo. Así, cada elección nos provoca temor y la victoria de la extrema derecha es el éxito de los temores de la población a los fenómenos sociales que suscitan potenciales conflictos sociales. Fernando Vallespín acertaba en su artículo titulado ‘Democracia del miedo’ cuando afirmaba: “Me refiero, sobre todo, a ese canguelo que sentimos cada vez que se produce un proceso electoral en Europa, que es ya en sí mismo el síntoma más claro de que hay algo que no funciona en las democracias liberales. ¿Qué es eso de que una forma de gobierno que dice apoyarse en la voluntad del pueblo se eche a temblar cada vez que a este le toca expresarla? Pero no acaba aquí la paradoja. Tememos a la ultraderecha, pero esta, a su vez, debe su éxito al propio miedo que embarga a importantes sectores de la población. La fuente de cada uno de ellos es distinta, claro. En un caso tememos a la xenofobia y al peligro que puedan significar estos partidos para la democracia, que se suman a otros muchos, el cambio climático, por ejemplo; en el otro, quienes los votan temen a la inmigración, al descenso social, al cambio de valores, a las élites, etcétera. Pero, en mayor o menor medida, a todos nos embarga. Vivimos bajo el síndrome del miedo. Y son los miedos, no la ideología, lo que se exorciza y se utiliza como arma arrojadiza en la disputa política”.

Una de las labores de nuestras democracias será desterrar que los miedos formen parte, como hoy, de la vida política y hacer política para resolver los problemas que le preocupa a la gente. No perdamos de vista este conservadurismo del miedo.

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