Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
La tribuna
UNA de las características más interesantes de la conducta del ser humano es contemplar con qué rapidez asume artefactos, convenciones o reglas en su vida sin apenas crítica. Una ejemplo de ello es que nos hemos acostumbrado a vivir en la asimetría. Nos rodea en cada rincón de nuestro día a día. Está tan presente que la mayor parte de las ocasiones nos comportamos como el pez incapaz de percibir que está rodeado de agua y, como él, sólo nos damos cuenta de ella cuando nos sacan de nuestro elemento natural.
Al ir a trabajar no nos planteamos que somos grabados por mil cámaras que nos observan, pero si alguno de ustedes pidiera visionar las imágenes guardadas en el mejor de los casos le despedirían con una sonrisa condescendiente. Si nos ponen una multa de tráfico, magnánimos nos indican que la paguemos pronto para disfrutar (fíjense qué verbo) de un descuento, pero luego nadie te ayuda a salir de las bases de datos donde figurarás para siempre, trasunto contemporáneo de la inmortalidad anhelada por el hombre desde los tiempos remotos.
En este estado de la asimetría nos han convencido de que debemos pagar impuestos para satisfacer unas necesidades que asumimos dócilmente, ya no sólo como necesarias, sino como imprescindibles para la supervivencia de nuestra sociedad. Sin embargo, ningún político es capaz de explicarte exactamente para qué sirve el Senado (más allá de las frases huecas), ni los cincuenta asesores del ayuntamiento de turno. Tenemos la dicha de pagar impuestos pero no el derecho a saber en qué se gastan y si todos pagamos impuestos.
En este tema en concreto la asimetría es legión. Si tienes suficiente dinero puedes crear una Sicav, con lo que tributarás unas veinte veces menos que si sólo disfrutas de tu escuálida nómina. A lo anterior debemos sumar que la Agencia Tributaria se ve impotente a la hora de investigar el fraude en ellas, gracias a una enmienda presentada por CiU, que fue apoyada por todos los grupos parlamentarios excepto IU.
La Justicia es otro escenario asimétrico. Aún estoy esperando que un político tenga el mismo trato sancionador que un ciudadano de a pie a la hora de robar. Lo mismo espero en el tiempo de cotización exigido para conseguir una pensión. Si yo, como profesional, me equivoco en mi trabajo, me despiden. Si lo mismo le ocurre al político lo ascienden.
El exponente máximo de este estado de cosas es lo que se ha llamado sociedad de la información. En ésta los estados tienen derecho a espiar tu correo o colarse en tu casa por cualquier adminículo electrónico que antes te han vendido. Aquí la asimetría se torna en algo universal, en tanto que ese espionaje puede llevarlo a cabo cualquier Estado (amigo o enemigo) del planeta. Por el contrario, no se te puede ocurrir grabar una conversación con un funcionario y tienes que tener especial cuidado y esperar cualquier represalia en el trato si le pides que se identifique. Si yo decidiera meterme en su ordenador atentaría contra la seguridad y los derechos fundamentales, mientras que ellos lo hacen por mi seguridad, lo que me deja mucho más tranquilo.
La sociedad de la información ha sido la gran excusa para gastar una ingente cantidad de dinero en juguetes electrónicos por parte del Estado que se suponía nos iban a hacer más fácil comunicarnos con ella, más rápido, eficaz y cómodo, pero cada vez que intento usar los mecanismos que me ofrecen pierdo una cantidad de tiempo que necesito para otras cosas. Todos hemos contemplado esas especies de cajeros automáticos a través de los cuales nos prometían información y ayuda en los trámites, inanes en las estaciones, las oficinas de la Administración pública o los centros sanitarios. Supongo que alguien cobraría por fabricarlos, instalarlos y mantenerlos allí.
Las grandes corporaciones ya funcionan como estados paralelos y han aprendido bien esta lección. Me encantaría que los operadores de telefonía fueran tan diligentes cuando me dejan sin servicio o quiero darme de baja que como demuestran ser cuando me reclaman dinero.
Me encantaría conocer los análisis de la calidad del aire que respiro, el origen de los tomates que llegan a mi casa, comprobar el material necesario para reparar una acera o cuántas bombillas hacen realmente falta para iluminar la calle, pero eso me está vedado. De igual modo me gustaría que la Administración me contestara en un plazo prudencial y, como soy paciente, estaría dispuesto a darle el triple del escueto plazo que normalmente me concede a mí para responderle, pero el silencio administrativo en nuestro país es una ley que disfruta de menos contestación que la Constitución. Todo lo anterior cambiaría si de vez en cuando saliéramos del agua para sentir la falta de aire. Con eso me conformaría, porque en algunos lugares a la asimetría la llaman desigualdad.
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