El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
El lanzador de cuchillos
Uno. Sé que estás disfrutando como un marrano en un charco. Que has paladeado cada una de las denuncias apócrifas incluidas en el dossier estalinista que enarbola una ¿pseudoperiodista? compelida por su apellido –chúpate ese patriarcado– a dictar sentencias inapelables. Que le tenías tremendas ganas a uno de los tipos más abyectos y dañinos del panorama político español. Pero embrida ese caballo desbocado porque la cosa no va de Errejón, que se merece todo lo malo que le pase, sino de arrasar, en nombre de la sororidad y otras zarandajas posmarxistas, nuestro precario Estado de Derecho.
DOS. El país se ha llenado de repente de robespierres, de ciudadanos incorruptibles dotados de un extraordinario sentido de la moral individual y política. “El terror, sin virtud –afirmaba el revolucionario francés–, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente”. En la España actual, gracias a, entre otros, Errejón y sus edecanes, cualquiera puede ser enviado al patíbulo sin juicio ni condena.
TRES. Es un hecho preocupante pero incontestable que el feminismo revanchista ha ganado en influencia institucional y mediática; estamos ya ante un fenómeno punitivo que penaliza la disidencia e impide la discusión serena. Pero, a veces, la inquina y el rencor, tan peligrosos, alumbran obras de arte como la que pude contemplar ayer en un muro de mi barrio: “Errejón, machirulo: te estrangulo con los pelos de mi culo”. No me quiero imaginar lo que la autora de ese arrebatado homenaje a la rima consonante sería capaz de hacerle a Abascal con su flujo vaginal.
CUATRO. Que Errejón es un machista desorejado ya se sabía. Sólo había que poner oído al tono faltón y condescendiente con que se dirigía a la presidenta de la Comunidad de Madrid. ¡Cómo le aplaudían entonces los que ahora se llevan, farisaicamente, las manos a la cabeza! Babyface es un rijoso y un mansplainer de manual, pero no parece un delincuente. Sexual, quiero decir. Y, en todo caso, deberán ser los Tribunales de Justicia, tan vituperados, quienes lo decidan, tras un proceso justo y con todas las garantías.
CINCO. Pero, ¿de verdad hay tías a las que les pone ese pedante de verbo melifluo y boquita de pitiminí? Os juro que en mi entorno no existe una sola mujer a la que semejante engañabobas hubiera podido engatusar. Las que yo conozco –independientes, desacomplejadas–, al primer acercamiento, habrían mandado al Niño Polla a recoger grano con Los Chikos del Maíz.
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