Confabulario
Manuel Gregorio González
V aleriana
Viva Franco (Battiato)
En un paraje apacible y montuoso de Mudurnu, en la provincia turca de Bolu, cercana al Mar Negro, se halla uno de los lugares más extraños y distópicos del mundo. La estética del derroche, el halo silencioso de lo inerte y la megalomanía fracasada dan la bienvenida al complejo de Burj Al Babas. Son casi 600 castilletes ya construidos (de los 723 previstos), todos ellos vacíos, de 225 metros cuadrados cada uno. Se inspiran en la fantasía Disney, con su toque gótico, como el castillo de Maléfica en la Montaña Prohibida, y su punto también como de obra de repostería para record Guinness. Las torres del complejo, con sus tejados cónicos como capirotes de pizarra, ofrecen también su guiño a la Torre de Galata en Estambul y al torreón de la Doncella en el Bósforo.
Iniciado en 2014, este resort se halla abandonado desde que en 2018 quebró la constructora turca Sarot. Millones de dólares cayeron en un pozo abisal por culpa de la ciclotimia de la lira turca y la inestabilidad en Turquía (recuérdese el fallido golpe de estado de 2016). Burj Al Babas estaba destinado a satisfacer el engolado sueño residencial de potentados turcos y adinerados árabes del Golfo Pérsico. Pero ahí quedó el sueño, perceptible sobre todo a vista de dron, que es como mejor se aprecia su desconfiguración en mitad del paisaje anatolio. El popurrí de aire Disney ha servido ya para algún que otro vídeo musical. Uno imagina lo bien que podría servir también como escenario de amoríos y venganzas en la serie turca de sobremesa Pecado original. Y, por qué no, uno piensa en el paraje de Burj Al Babas como lección de fondo en películas de estética meditativa, como las de Nuri Bilge Ceylan o Semih Kaplanoglu, donde el paisaje de la Anatolia profunda, no necesariamente bello pero sí inconmensurable, se funde en la introversión de los propios personajes.
Llaman turismo del abandono al reclamo que sitios como Burj Al Babas despierta en quienes se sienten atraídos por la arquitectura del derroche y los dioramas del vacío que traza el olvido con el paso indeleble del tiempo. De otra índole, pero en la misma Turquía, en el sudoeste, el pueblo fantasma de Kayaköy, abandonado por los griegos tras la guerra greco-turca (1919-1922), ejerce de atractivo a solitarios mochileros, pero también a turistas gregarios llegados a las playas turcas de Fethiye frente a la isla de Rodas. Ser un turista del abandono tampoco te asegura que seas un rarito cautivado por lugares extrañamente desconsolados. La Disney turca es hortera, pero nos enseña que el hombre, a la medida de su ridícula ambición, es otro castillo de naipes.
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