11 de octubre 2024 - 03:07

Afrontar el duelo por la pérdida de un ser querido es un trance doloroso que, como si fuera un ser vivo, nace, crece, se desarrolla y nunca muere. Nunca perece porque nuestro recuerdo es más fuerte que su olvido. Cuando se despiden de este mundo las parejas de nuestros amigos, o estos mismos empiezan tristemente a desaparecer, es cuando sentimos el hálito helado de la parca en nuestra nuca. Decía Freud que no lloramos la muerte de nuestros seres queridos en primer lugar, sino que lloramos por nosotros mismos. Lloramos nuestra pérdida y por la proximidad de nuestra desaparición. Pero nunca nos hemos puesto a pensar que verdaderamente no desaparecemos del todo. Desaparecemos para nuestros cinco encorsetados sentidos. Cinco. Se trata de la imperfección de nuestros cinco sentidos, nuestra ingenuidad y nuestra falta de preparación para concebir la realidad desde otras percepciones que no podemos concebir. Nuestro cerebro no está preparado para comprender determinados conceptos, como el concepto del Infinito. Solo podemos recurrir a ñoñas metáforas que nos hagan abarcarlo un poco, solo un poco. Nuestros cinco encorsetados sentidos y nuestra prepotencia para considerar que no hay nada más allá de lo que vemos, olemos o tocamos, nos convierten en lamentables seres humanos, tan limitados y soberbios como incautos. Nos metemos dentro de nuestro caparazón como una tortuga y no nos planteamos nada más. Nada que comprometa la fiabilidad de nuestros limitados sentidos. Igual que Santo Tomás.

Además, los susodichos perciben una realidad que se traduce dentro de nuestro propio cerebro, configurado por una portentosa autopista de nudos neuronales semejante a la inconcebible infinitud del Universo. De hecho, numerosos científicos concluyen que el universo es una red neuronal gigantesca capaz de aprender y evolucionar como un ser vivo. Esto unificaría la relatividad y la física cuántica. Parece que me estoy yendo por los cerros de Úbeda, pero todo está relacionado. Todo. Es decir, la vida y la muerte forman parte de un mismo todo, sería el envés de una misma moneda. También debemos considerar aquello de que la materia ni se crea ni se destruye, sino que se transforma.

Dicho lo anterior y, encorsetado por las líneas que me permite esta columna, cuando una persona muere dejamos de percibirla por nuestros cinco sentidos. El universo y nuestro cerebro encierran otra percepción de la realidad que es multidimensional. Existe el llamado sexto sentido que es capaz de percibir lo que nuestra limitada percepción no puede. Hay una estrecha puerta por donde nos podemos colar: los sueños. Pero esto daría para otra reflexión.

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