La Rayuela
Lola Quero
Nadal ya no es de este tiempo
Postdata
Existe un gran número de patologías, físicas y psíquicas, que, causando padecimientos y dolencias en cuantos las soportan, no muestran externamente en ellos síntomas que los identifique como enfermos. La fibromialgia es un ejemplo paradigmático. Por casos cercanos a mí, y por otras razones que ahora no importan, conozco bien el infierno de quien tiene que explicar a su familia, a sus amigos y hasta a los propios médicos que no es un farsante, ni un vago, ni busca desembarazarse de sus obligaciones. He visto a personas alegrarse sinceramente cuando al fin han recibido un diagnóstico comprobado y categórico que les ha sacado de la caverna de las sospechas. Muchos, demasiados, viven en un universo paralelo al de la generalidad, escondiendo su situación, autoculpándose y avergonzándose de no estar entre los felices normales, sintiendo –falsamente– que obran mal, que fallan a los suyos y defraudan las expectativas que sobre ellos tienen.
El peligroso error al que arrastran estas malhadadas circunstancias es, creo, el de refugiarse en el silencio. No puede seguir negándose que existen enfermedades de tales características. La ciencia las reconoce. Es ya absurdo un negacionismo que agrava sufrimientos. Tampoco ayuda aquella autoculpa a la que antes me referí: es mentira; no tiene culpa ninguna quien ha sido atrapado en uno de estos laberintos; no hizo nada malo; no está recibiendo ningún castigo.
Así, la ignorancia ajena, el creer únicamente lo que se toca y se ve, conduce a menudo a un proceso destructivo en el enfermo: llega a pensar que está decepcionando a su gente, que les arruina la existencia. Frente a tal disparate y a algunas disfunciones frecuentes (el citado recelo de los médicos, el hecho de calificarlos de “buscadores de drogas”, la dificultad para obtener la discapacidad) tienen que seguir hablando, contando lo que les sucede, porque la incapacidad para comprenderles le concierne a los otros y no a ellos.
Los enfermos invisibles deben esforzarse en hacerse visibles, aceptar la probable incomprensión ajena, disculparla, incluso, por ser una actitud equivocada aunque humana que no ha de afectar a su dolor y que les exime, claro, de fingir por más tiempo lo que no son.
Los hay a miles y necesitan tu ayuda, No los ignores, ni los juzgues. Heridos por afecciones que no se ven pero se sienten, están ávidos de un gesto, de una palabra, de una mirada, que los aleje del abismo de la soledad.
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