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Después de haber cofundado cuatro partidos en diez años (Podemos, Más Madrid, Más País y Sumar) y apañárselas perfectamente para tener un papel protagonista en todos ellos, Íñigo Errejón ha dimitido como portavoz parlamentario de Sumar y anunciado su abandono de la política.
Lo ha hecho cinco minutos antes de que el menguante partido de Yolanda Díaz lo expulsara de sus filas tras las denuncias sobre su desordenada vida privada, muy afectada por la adicción al sexo y a sustancias diversas. Básicamente Errejón ha sido un gran impostor. El político progresista, moderado, dialogante y ultrafeminista de cada día ocultó cuidadosamente al acosador machista, reaccionario con las mujeres, autoritario y quizás agresor sexual de las noches. Doctor Jeckyll y Míster Hyde en una sola pieza. Esquizofrenia pura. Un farsante, un suplantador, un camandulero. Un impostor de los mejores en su categoría.
El personaje Errejón ha escondido a la persona Errejón. Incluso en la hora final en la que se finiquitan los disimulos de tantos años, quien habla es el personaje mediante un escrito que algunos llaman críptico cuando, en realidad, es absolutamente claro: Íñigo Errejón no pide perdón ni confiesa que es un maltratador que menosprecia a la mujer y sólo concibe las relaciones sexuales como un ejercicio de poder y dominación, sino un enfermo que no puede controlarse y una víctima de la forma de vida neoliberal, la lucha feroz de la política y la masculinidad tóxica generada por el terrible patriarcado. Socorridas explicaciones ideológicas para una conducta personal impresentable y tal vez delictiva. La culpa es del capitalismo, qué duda cabe...
El caso Errejón demuestra una vez más cuánta razón tenía Milan Kundera al defender que la ideología es una parte bien superficial de los seres humanos. Se acierta más juzgando a las personas por lo que hacen en su vida que por lo que dicen cuando actúan en público. Y retrata una vez más la actitud de los partidos políticos cuando se descubre en su interior cualquier garbanzo negro, sea un corrupto, un aprovechado o un sátiro. Lo tapan todo lo que pueden, van apartándolo de sus responsabilidades con discreción y nunca lo denuncian ellos mismos. Ahora todos sugieren que lo de Errejón era un secreto a voces y que ya le habían advertido de que debería controlar su vida privada.
La omertá política funciona hasta que una víctima de verdad se atreve a denunciar.
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