La Rayuela
Lola Quero
El rey de las cloacas
Los nuevos tiempos
Los que se empeñan en salirse siempre con la suya sabrán que lo peor de todo puede ser precisamente eso, salirte con la tuya. Porque después de traicionar lo que quedaba de tus principios y lealtades, de repente vas y te encuentras con aquello que tanto parecía valer, ese objeto de tu deseo, ese imponer tu voluntad a toda costa, caiga quien caiga, sin calcular pérdidas ni valorar otras opciones, así, de cabeza a por lo tuyo.
Y entonces te preguntas si compensaba frente a todo lo propio y ajeno que has destrozado. Te cuestionas si valió la pena mientras empiezan a llegar las reclamaciones, las quejas y las venganzas. No quieres darte cuenta aún pero has llegado a las puertas del laberinto.
Pendiente solo de tu beneficio más mezquino arramblaste con personas, con colectividades y hasta con valores como la lealtad o la coherencia de pensamiento y obra, como la credibilidad ante los demás o hasta el honor que se deriva del buen obrar.
Y ahora te quedas a solas frente a eso que lograste a tan alto precio (claudicar ante la parte más noble de ti mismo) y puede que ya no te valgan las loas y vítores de esos palmeros que oyes a lo lejos. Sabes que los estómagos recién y tan bien comidos suelen ser agradecidos si está lleno el bolsillo y caliente la casa y la panza.
Y si una tarde de sábado paseas por los salones de esa casa-palacio a la que ya le has cogido hasta cariño y te das de bruces con alguna foto de cuando aún eras todo ilusión y esperanza abierta y limpia y te confrontas con aquel que aspiró a cambiar el mundo desde sí mismo, ese que creyó que la virtud colectiva comenzaba desde la fe que irradia el que cree en la palabra que da uno mismo, quizás sientas un hielo recorrer tu piel sobrecogida por el repentino estupor de hasta dónde has llegado movido solo por el afán de conseguir tan solo eso, salirte con la tuya para permanecer en la Moncloa, para gobernar a toda costa un puzzle asimétrico y emponzoñado pero tan lejos ya de ti mismo, endurecido como estás ya hasta el extremo de darle la vuelta a aquella foto juvenil ahora tan incómoda y delatora, ese espejo odiado del que te alejas para darte de nuevo la razón a ti mismo, esa que siempre soñaste que nunca abrazarías, ese pragmatismo sin arraigo y desmemoriado que ahora guía tus pasos hacia un horizonte quizás mucho peor del esperado en el que en lugar de ser dueño del destino hasta te puedes convertir en marioneta de tus socios y hasta de ti mismo.
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