Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
La eutanasia consiste en provocar la muerte de un enfermo incurable para evitarle sufrimiento aplicando los medios adecuados o renunciando a aplicar los que prolongarían su vida. Aclarado esto, pregunto me yo ¿cómo se puede aplicar la eutanasia a un grupo de jabalíes que, sanos y sonrientes, deciden darse un paseo por el Guadalmedina sin enfermedad terminal alguna? ¿Han acaso hecho testamento vital estos animalitos manifestando su última voluntad? Si a un jabalí se le mata, se le mata, pero no se esconde el hecho bajo un eufemismo socialmente aceptado. Y llegados a este punto, menuda trabajera. Hay que dormir al cerdo con un dardo en medio del campo, recoger las 12,6 arrobas que puede llegar a pesar el bicho y llevarlo al laboratorio, sin que se despierte, para, finalmente, ponerle otra inyección y que pase a mejor vida. Cuanto menos, complicado. Pero resulta que, al parecer, esto es más ético que matarlos con una flecha. Muerte indigna, “cruel e inhumana”, para un jabalí abocado a morir a mordiscos por una manada de lobos. Y, por supuesto, de un tiro, que además generaría alarma si se produjera en un área habitada. Aunque siempre se podría controlar su población en su habitad natural.
Los montes de Málaga es un espacio natural reconstruido por el hombre hace ochenta años que solo tiene una pega: carece de un depredador natural en la cúspide de su pirámide ecológica que controle el equilibrio. Estamos cortos de lobos y osos con los que vivir en justo respeto y convivencia mientras paseamos nuestros perros por el campo y ellos regulan la población de jabalíes y cerdolís por el ético procedimiento de comérselos crudos. Y en esta situación, es él quien está inevitablemente está obligado a jugar el papel de los lobos que no hay o reintroducirlos en el monte y explicarles de dónde no pueden salir y qué tienen que comer.
Desde que Disney dio el don del habla a dos ratas, tenemos cierta tendencia a perder de vista el orden natural de ciertas cosas. Simba, el Rey León, es un chavalote entrañable cuya moral superior a la de Scar le lleva a alimentarse de insectos, animales a los que Pixar no ha conseguido dotar de derechos humanos. Esta dieta le permite ser rey sin comerse a sus súbditos (asunto esencial) y un buen mozo, salvo por el hecho de que tuvo que estar zampando bichos a razón de 3,4 por segundo durante 12 horas al día. Para haberse muerto y no solo de asco.
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