Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Los grandes estrategas
Hoy estamos viviendo una de las épocas más tristes para todos los que hemos sentido de cerca la acción del terrorismo, es decir, para todos los españoles. Nadie en su sano juicio dejó de escapar una lágrima cuando vimos las imágenes de los cuerpos de niños, mujeres, jóvenes y mayores despedazados o tiroteados por unos salvajes sin escrúpulos. Pero nuestro país supo reponerse, colocar a estos malnacidos entre rejas y estar vigilantes para que nunca se repita esta historia. Hoy algunos incondicionales siguen creyendo que estas fieras tienen un objetivo, sin caer en la cuenta que su único objetivo es la insaciable sed de sangre que ha minado su cerebro desde el RH negativo hasta el idílico gudari.
Cuando a una persona se le imputan 82 asesinatos y se le condena por 39 de ellos a más de 4700 años de cárcel, algo parece haber hecho. La vida de Henri Parot es una de las historias mas tristes y sanguinarias de nuestro país. Nunca tuvo el más mínimo reparo para asesinar a todos los que se pusieran por delante, hasta el punto de ser detenido cuando llevaba un coche cargado de explosivos para volar la Jefatura de Policía de Sevilla. Ni las niñas de la casa cuartel de Zaragoza, ni las vidas de tantos otros que él decidió terminar justifican el más mínimo aprecio por un individuo con semejante catadura moral. Y curiosamente, hoy permanece aún en prisión porque se le ocurrió escribir a sus correligionarios una misiva para que atentaran con toda la crudeza posible contra el corazón del Estado. Es decir, ni arrepentimiento, ni dolor, ni la más mínima muestra de conmiseración por tanto daño causado.
¿Qué se puede pasar por la cabeza de alguien que va a un homenaje de este tipo de asesinos? ¿Qué se puede homenajear de una vida tan patética como la de estas bestias sanguinarias? Es tan complejo pensar lo que se pasa por la cabeza de estos sicarios como lo que sienten sus seguidores. Ciertamente los mayores asesinos en serie han recabado muchos y diversos apoyos, en su mayoría por el temor de los más cercanos a ser sus próximas víctimas, y eso les ha animado a continuar sus fechorías. El problema llega cuando algunos de sus seguidores acaban siendo imitadores, porque si una sociedad convierte en modelo a seguir a estas lacras criminales, cualesquiera ideologías, hasta las más perversas, tienen asegurada su presencia. Y mientras las víctimas permanecen convenientemente olvidadas.
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