Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Alto y claro
Se acabaron para siempre los tiempos de la épica, de las blanquiverdes alzadas como gritos y el 28 de febrero de 1980 como fecha fundacional de una Andalucía que vivía en el agravio y en el quejío. Era un nacionalismo a la inversa en el que no se perseguía la diferenciación sino la asimilación con el resto de España. La Andalucía con la que, en un movimiento político inteligente y oportuno, los socialistas construyeron a principios de los ochentas el imaginario y el argumentario que les permitió apropiarse de la idea de Andalucía y, con ella, de sus instituciones de autogobierno durante casi cuarenta años. Una idea que permitió al PSOE convertir la región en el granero de votos que le abrirían el Gobierno de España con mayorías nunca vistas y que crearon una red de poder a través de la Junta, de las diputaciones y de los ayuntamientos con una enorme capacidad de adaptación a entornos cambiantes. Andalucía era una isla de poder socialista al margen de lo que pudiera pasar en el resto de España y en provincias como Sevilla se ganaban las elecciones, aunque, como decía Alfonso Guerra, se presentase a una cabra como candidata. Era el partido de la tierra.
Pero el tiempo pasa y los errores se terminan pagando. Eduardo Moyano y Manuel Pérez Yruela, dos referencias de la sociología andaluza, se lo explicaban a Juan Manuel Marqués en un reportaje de lectura muy recomendable que publicamos a primeros de mayo, apenas anunciadas las elecciones, y que hoy resulta esclarecedor para entender lo que ha pasado este domingo. En Andalucía en 2018 se empezó a ver un cambio político que cabalgaba sobre un cambio sociológico iniciado muchos años antes y que ha ido calando poco a poco en el tejido social de la región. Más de la mitad de los andaluces no habían nacido cuando el 28-F y esa fecha para ellos ha dejado de tener valor mágico. Esos andaluces ya no viven en la ensoñación identitaria y juzgan a sus políticos exclusivamente por sus actitudes y sus resultados. Ya no hay miedos atávicos a la derecha o la pérdida de los logros sociales. Porque esos andaluces, además viven en ciudades medidas y grandes donde la escala de valores no tiene nada que ver con la que funciona en entornos rurales.
Lo que ha pasado este domingo responde a ese "cambio sobre cambio". En 2018 la Andalucía que cambiaba presentó la tarjeta de visita y ahora se ha metido hasta la cocina. Entramos en un nuevo ciclo en el que todo lo que durante décadas se dio por incontestable ya no vale. Ahora importan los hechos.
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