El mundo de ayer
Rafael Castaño
Tener un alma
He fracasado. Sin paños calientes. Estaba convencido de que podía escribir un libro de una temática concreta. Me había documentado bastante. Me había motivado mucho más. Había diseñado las líneas maestras del guion, tejido relaciones entre personajes e incluso escrito ya algunas páginas. Hasta que me he dado cuenta de que no iba a conseguir lo que quería, que no basta con mis ganas y con mi buen uso del diccionario y la semántica. Pretendía, en un género no muy tratado, ofrecer una perspectiva histórica a través de unas historias individuales fingidas. Dar escaparate a un suceso que bien lo merecía. Pero no he sido capaz. En más de una ocasión el hype con lograrlo fue alto. Lo intenté. Hasta que el folio en blanco y la imposibilidad de avanzar se hicieron un Everest. Y he de ser honesto: no puedo, al menos no en este momento de mi vida. Lo deseaba con todas mis fuerzas. Sin embargo, he de admitir que he fracasado.
Y esa, sin duda, es una sensación maravillosa. La sociedad postiza y ficticia, bastarda de la falsa fama y una gestión emocional arcaica, se empeña en convencernos de que el fracaso es una derrota vergonzosa, un certificado de defunción de nuestras capacidades. Y pobre de aquel quien así lo vea y no como una oportunidad para crecer, autoexaminarse, hacer autocrítica y abrazar los cambios a los que nos puede llevar. Enseñamos, en esta continua voracidad de generar extremos y polarizarlo todo, no solo que hay que perseguir el éxito, sino unos cánones de gloria artificiales, de mera apariencia o de codicia. Con lo fácil que sería que nos dijeran desde pequeños que triunfa el que sabe salir airoso de sus fracasos y usarlos como trampolín y motor de mejora. O que fracasa moral, intelectual y psicológicamente quien se cree exitoso por poseer un Ferrari, más seguidores en redes sociales y que ganar te hace mejor que los demás.
Peligroso y traicionero es el éxito, que te despega los pies de la tierra y te lanza hacia un cielo del que quizá no sepas volver. Amigable aunque escondidizo el fracaso, un suelo firme que te obliga a mirar hacia arriba para solo poder mejorar. En mi caso, no ha supuesto perder mis ganas de escribir ni mucho menos. Ahora el objetivo pasa por reenfocar el libro, buscar una temática en la que me encuentre más a gusto, o en la que pueda desarrollar mejor mis talentos. Estudiarme mejor como escritor para ver de qué hilo tirar y sacar a la luz lo que creo que puedo conseguir. Así que no puede ser una experiencia más exitosa. Porque he mostrado iniciativa para perseguir un sueño. Autocrítica para conocer mis límites y carencias. Entereza para admitirlo. Constancia y creatividad para darle un giro de tuerca a la situación sin tener que abandonar mi objetivo. Manejar la tristeza y la frustración. Templanza para ubicar el umbral de las expectativas en un sitio más acorde a mi potencial… A ver quién es el guapo o la guapa que me dice que no hay éxito en todo ello.
PD: No he dicho la temática de mi libro porque este fracasado, en el fondo, no descarta que un día retome la idea, la intente abordar desde otro prisma, o quizá con más bagaje, y sepa darle la vuelta y encontrar una manera de encauzarlo. Y ese será el verdadero éxito, no que una editorial se ofrezca a comprar la idea, ni cuántos ejemplares se vendan o el dinero que pudiera generar. En la buena gestión y digestión del fracaso, ahí reside el aprendizaje.
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