Notas al margen
David Fernández
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Notas al margen
Cuando Pedro Sánchez se guía por sus bajos instintos para mantenerse a flote en el poder, no deja de sorprendernos. Su último invento para desviar la atención, justo la semana que Ábalos declaraba ante el Supremo por el caso Koldo, consiste en anunciar un centenar de actividades para celebrar el 50 aniversario de la muerte de Franco bajo el lema España en libertad. Ni al caudillo se le habría ocurrido. Gracias a su pensamiento moldeable como la plastilina, quien otrora fuera un peligroso fascista, para los más despistados, en unos años podría convertirse en un baluarte de la democracia por obra y gracia de la indulgencia política de Sánchez. De los creadores de La maquinaria del fango y El asedio judicial, en 2025 llega a las pantallas Franco vuelve (por Navidad). Que la fecha no encaje ni con calzador le da igual al más listo de la clase. Que tras la muerte del dictador se tuviese que esperar a 1977 para celebrar las primeras elecciones, o que el franquismo siguiera vigente un tiempo en el que no se sabía si la Corona podría consolidarse y si el país se podría conducir a un sistema democrático, ¿a quién le importa ya?
Sánchez necesitaba otra cortina de humo y el resto sobra. Pero lo más asombroso es que Díaz Ayuso sea la primera en seguirle el juego como si se lo prescribiera el médico: “Sánchez ha enloquecido. Ha decidido quemar las calles y provocar violencia con grupos minoritarios...”. ¿De verdad era ésta su mejor respuesta? El líder socialista siempre escapa cada vez que están a punto de atraparlo. Ni el político más astuto idearía un plan mejor para resucitar viejos fantasmas. Lástima que malgaste sus energías en la dirección contraria a la del discurso de Felipe VI ante el Parlamento italiano, apelando a la “memoria” de ambos países frente a un pasado que no debe repetirse “ni como caricatura”. Pero este detalle carece de importancia para Sánchez, ¿verdad? No puede evitarlo: le encanta azuzar la división entre las dos Españas, y por ahora no le va mal. Domina la escena como nadie. Y con un discurso dogmático y bien sencillo sostiene una base sólida: quien no está conmigo, está con el fascismo y la ultraderecha. El mismo PSOE que defendía la socialdemocracia acaba convertido en un partido que alguno podría comparar con una secta: o blanco o negro, o progresista o facha. Sánchez apartó la moderación de su repertorio tras pactar con Podemos para impedir que los radicales le adelantaran por la izquierda. Se ignora cuántos votos le deberá a Franco, pero su partido paga un alto precio al seguir una senda cada vez más espinosa y maniquea. Nadie trabaja para Vox con tanta devoción como el presidente. Sabe que mientras que se mueva en los 30 diputados, el PP seguirá lejos de la mayoría absoluta. La triste paradoja es que quien se desgañita anunciando la venida de una plaga bíblica, es el primero en abonar el terreno como si la deseara en secreto, siempre que la fatalidad pase de largo ante su puerta y recaiga sobre el vecino.
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