El balcón
Ignacio Martínez
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Confabulario
De repente, el señor Feijóo ha aparecido sin gafas y con un peinado entre informal e inexistente. El periodismo más informado ya corrió a aclararnos que el señor Feijóo estaba pendiente de una operación de cataratas, escollo que don Alberto ha superado felizmente. La pregunta es por qué ahora; y sobre todo, por qué ese estudiado desorden capilar. ¿Sabe don Alberto algo que no sepamos los demás? ¿Se está acuñando un perfil grave y audaz, en previsión de futuras responsabilidades? Lo que sí parece claro es que la juventud, hoy, es un valor en sí mismo (en esto, como en tantas cosas, acertaba Ortega), y he ahí que don Alberto ha actuado, al cabo, como un senior, puesto que la generación anterior, la de don Pedro Sánchez y doña Isabel Ayuso, parece más inclinada al ácido hialurónico. En fin.
Lo cierto es que las gafas ya no presuponen en nadie un hábito cultural, imaginario en la mayoría de los casos. Don Mariano Rajoy era un señor con aspecto de honesto fedatario público, de funcionario probo, pero no de lector omnívoro y vertiginoso. Y tampoco el señor Lamban, a pesar de ser doctor en Historia, parece remitir al ámbito de los graves estudios, quizá por su modelo de gafas, un tanto anodino. Recordemos, por otro lado, que las gafas del señor Torra solo sirvieron para escribir, en sus ratos libres, algún artículo racista. Y que en el señor Illa, que cursó estudios de Filosofía, hay un tanto de vieja coquetería gafapasta, hoy en desuso. El único que conserva unas gafas de intelectual, a la manera de Azaña, Castelao, Valle, etcétera, es don Nicolás Redondo Terreros, pero eso no tiene por qué guardar relación –o quizá sí– con su categoría de expulso del partido. De hecho, el actual presidente del Gobierno, don Pedro Sánchez, probablemente no alcanzara a leer su propia tesis doctoral, lo cual no le ha impedido presentarse como joven capitán de la nación, determinante y aguerrido.
¿Es este, repito, el motivo último por el que el señor Feijóo ha corrido a desprenderse de sus cataratas? ¿Es esta exigencia de lo juvenil, nieta y bisnieta del Romanticismo, la que ha llevado a don Alberto a amontonarse discretamente el pelo en un tupé a lo Larra? A lo mejor don Alberto sospecha que se acerca la hora de gobernar, de ahí que ande preparándose para dar la imagen de dirigente vigoroso y apto, lustrado con la madurez de las canas. O a lo mejor se trata de una mera puesta a punto doméstica. En cualquiera de los dos casos, que Santiago le conserve la vista.
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