Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Junts por Jaén, Junts por La Línea y el PP
¡Oh, Fabio!
Pertezco a ese amplio grupo de españoles que hasta la pasada Nochevieja no sabía quien era Lalachus. Me entero ahora que una de sus cruzadas (hoy todo el mundo tiene una) es luchar contra la gordofobia y por la “diversidad de los cuerpos”. Y a mí me parece estupendo. Algunas de las personas que más admiro son o fueron gruesos (Agustín de Foxá o Edgar Neville, por decir los que ahora me vienen a la cabeza) y me parece una grosería y una falta de educación insultar en público a una persona (especialmente si es una señora) por tener sobrepeso. Es más, si la cosa no es exagerada, siempre es bueno algún gramo de más para potenciar el sex appeal.
El problema, claro, es cuando la luchadora por los derechos civiles de los gruesos aprovecha una televisión pública (o más bien gubernamental) para herir en lo más hondo a millones de españoles. Me refiero, es obvio, a lo de la estampita del Sagrado Corazón tuneada como la mascota del Grand Prix, un semoviente cornudo y de dudosa gracia.
Hoy he estado tomando café en un bar de un barrio popular de Sevilla y he contado las estampitas religiosas que estaban pegadas a sus paredes y que, según me contó el camarero, las habían ido regalando los clientes –gentes trabajadoras– como muestra de afecto a los propietarios del garito. Treinta y ocho en total. Las había de todos los tamaños y motivos iconográficos: crucificados y resucitados, santos y mártires, monjas, vírgenes dolorosas, sagrados corazones... Treinta y ocho estampitas dan para recorrer el riquísimo mundo de unas devociones que están por todas partes: en las cabeceras de las camas de hospital, en las carteras junto a las fotos de los niños, en los taxis, los autobuses, las pescaderías y las mesas de las oficinas... es el sentir de un pueblo, de ese mismo pueblo que insultó la cómica de las campanadas a media noche.
A mí me gustaría pensar que Lalachus no lo ha hecho por molestar. Que más bien es víctima de ese gamberrismo progre (cayetanos a la inversa) que cree que insultar las creencias religiosas de los españoles (mayoritariamente católicos) tiene algo de heterodoxo y rompedor, cuando no son más que peones de ese capitalismo tecno-woke que es consciente de que el cristianismo es una de las últimas barreras para su triunfo definitivo, que ya está al caer.
Por supuesto, la/lo prensa de progreso afirma que todas las críticas a Lalachus proceden de la “ultraderecha católica”. A mí, que me apunten en la lista.
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