Postrimerías
Ignacio F. Garmendia
Todo lo que era sagrado
Comentaba un columnista hace unos días en estas mismas líneas que es de todos conocidos que en el idílico al-Andaluz, cuna de la secular amistad hispano-árabe que me explicaron en el colegio, se presumía culpable a cualquier judío o cristiano que litigase con un mahometano. Exactamente lo mismo que ocurre hoy ante cualquier debate entre un candidato de derechas y otro de izquierdas. El primero siempre miente y ya se encargarán los moderadores de ponérselas al segundo como a Fernando VII.
Esta presunción de culpabilidad debió fundamentarse en el profundo estudio de los cadíes sobre las intenciones de Yahvé cuando dio a sus creyentes las tablas de la ley y, más concretamente, el octavo mandamiento: no darás falso testimonio ni mentirás. Jehová conocía el paño con el que trataba y no quiso dejar resquicio. No debió ocurrir lo mismo en el lado cristiano, mucho menos erudito y cultivado que el gobernado por los infieles. Al menos el columnista no comenta que así fuese. Allí, un poco de culturilla sobre la fe del enemigo les habría desvelado que el Corán también prohíbe a los suyos mezclar la verdad con falsedades y les habría llevado a desconfiar de los turbantes. El Profeta debió pensar que más de seiscientos años de cristianismo no habían resuelto gran cosa, pero la consecuencia fue que, en el lado cristiano, los fueros castellanos establecieron un garantismo extremo en los procedimientos judiciales que alcanzó su zénit de la mano de la Inquisición.
Son esto prejuicios, y no otros, los que han llevado a los seguidores de esta nueva cultura woke a afirmar que Trump miente compulsivamente. A llamarle mentiroso por afirmar que están llegando a sus fronteras millones de inmigrantes procedentes de manicomios que luego, como no podía ser de otra forma, se meriendan a las mascotas de los americanos rubios y naranjas como él, poniendo en peligro la integridad de Mickey Mouse y su tocayo el pato Donald. Del mismo modo que no le creen cuando avisa de la amenaza del anterior gobernador de Virginia Occidental de ejecutar a los bebes al nacer. Peligro del que hasta ahora solo se han librado por la oposición de la Asociación Nacional del Rifle, que se debate en la contradicción entre el derecho al empleo de armas de fuego y la defensa de la vida. Y es que, si lo pensamos bien, la izquierda actual está plagada de infiltrados islamistas herederos de aquellos sectarios almohades.
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