Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
La aldaba
La derecha se ha dividido aún más esta semana por una decisión insólita y exagerada de Santiago Abascal, el líder de Vox en todos los sentidos, elevado a la condición de César porque así lo confirman los hechos y la evolución de un partido en el que solo cuenta el gran jefe y en el que la estructura territorial es frágil. No hay quien se crea el pretexto de la distribución de los menores inmigrantes, un drama humanitario que de nuevo se usa espuriamente. De hecho, la cifra de acogidos en algunas comunidades autónomas es mínima. Abascal rompe la baraja, se enroca, se autocondena a no crecer y da síntomas de bloqueo y aislamiento. Bloqueo porque no permite que el partido se institucionalice por la vía de los cinco gobiernos autonómicos en los que estaba integrado. Era la gran oportunidad de Vox para demostrar sentido institucional y capacidad para abrirse y resolver problemas con sentido práctico. Y el aislamiento porque sea por una razón o por otra, Abascal va perdiendo colaboradores que en tiempos tuvieron un peso más que específico en la formación: desde Macarena Olona a Iván Espinosa de los Monteros. La lista es cada vez mayor.
Tal vez Abascal debería tomar nota de cómo han acabado los partidos marcados por un fortísimo liderazgo personal. La UCD de Suárez, la UPyD de Rosa Díez, el Ciudadanos de Albert Rivera, el Podemos de Pablo Iglesias... Los partidos tienen que forjarse en la oposición, donde se sufre, y saber estar en los gobiernos, donde se arriesga. Abascal ha preferido imitar a Pablo Iglesias, qué casualidad, y abandonar en su caso los ámbitos de poder que permiten gestionar los presupuestos públicos. No ha seguido el ejemplo de la italiana Meloni, elogiada hasta por Felipe González por su capacidad de generar un gobierno estable.
En primera instancia es el presidente del Gobierno el primer beneficiado del caos en la casa de la derecha española. Ha recibido el obsequio de la ruptura de gobiernos autonómicos en un mapa de comunidades donde los socialistas rascan menos poder que nunca. Pero en segunda instancia, he aquí lo importante, Alberto Núñez Feijóo se ha encontrado con la posibilidad de forjar un nuevo PP. Vox ha situado a los populares donde precisamente el PSOE no quiere que sean vistos: en el centro político. Esta coyuntura ha de ser gestionada y aprovechada por el gallego si quiere ser un gran líder político, una alternativa real de gobierno y aspirar, por lo tanto, a recuperar a muchos votantes de Vox (que hasta ahora han votado a Abascal sabiendo la posibilidad real de pactos con el PP) y del centro-izquierda. Aznar en 2000 y Rajoy en 2011 demostraron sobradamente que el PP es un partido que puede ser votado por electores de un perfil ideológico de izquierda moderada.
La llamada a la necesidad de una política "madura" ha sido el primer gesto para ocupar el centro desde el que se ganan las elecciones por mayorías incontestables. Ahora deberá dejar de imitar acciones más propias de Vox, como las entrevistas con ciertos influencers o el discurso (mal articulado por Miguel Tellado) sobre la intervención del Ejército en la lucha contra la inmigración ilegal. No se sostienen ni lo uno ni lo otro. Feijóo tendrá que rentabilizar a partir de ahora dos factores que han entrado en liza en poco tiempo: sacarle más partido al acuerdo alcanzado para la renovación de la cúpula judicial, pues refuerza su perfil de dirigente consciente de las prioridades del Estado, y rentabilizar el carácter solidario con el que se ha revestido el PP al pactar la acogida de los menores migrantes. El factor solidario ha dejado de ser una exclusiva de la izquierda sanchista y algunos de sus aliados. Y el coste, como hemos referido, no ha sido alto porque en ningún caso estamos ante una avalancha. Por eso se sigue sin entender la espantá de Abascal. Y por eso el futuro de Vox es más incierto que nunca, porque es indiscutible que ha habido tensiones internas antes de aprobar una decisión que rompe cinco gobiernos, y que Abascal sigue mandando y necesitará más que nunca amarrar bien su condición de líder, a pesar de que ese objetivo le lleve a empequeñecer un partido que llegó a tener 52 diputados en el Congreso. Recuerden que Ciudadanos ganó unas elecciones en Cataluña en 2017 y hoy no existe. Abascal ha roto la baraja, ha pinchado el balón. Cuando eso se hace se pierden amigos...
Feijóo tiene que gestionar su gran oportunidad. Hacer ver que el Gobierno de España se tiene que comprometer más con el problema de la inmigración ilegal tanto desde el punto de vista de las medidas presupuestarias como de las propias iniciativas políticas. Que no parezca que es una materia exclusiva de las comunidades autónomas. Por cierto, ha pasado desapercibido el llamamiento público de Pedro Sánchez a la colaboración de la OTAN en el asunto para establecer "una estrategia en el flanco sur". ¿Acaso la OTAN no es una organización eminentemente militar? El problema de la inmigración ilegal corresponde al Gobierno central y, mucho ojo, a la Unión Europea. Se trata de un drama que ocurre en las fronteras europeas, nunca se olvide.
Pedro Sánchez no podrá ya atribuir al PP una supuesta condición de partido de extrema derecha o ultra. Feijóo tiene que crecer más que nunca por el centro sin perder los votantes de la derecha. El aliado natural se ha endurecido. Abascal se escora y Sánchez pesca en el río revuelto en principio, pero Feijóo tiene una gran oportunidad a medio plazo. Puede hacer por fin el nuevo PP, el que corresponde al año 2024, en una España donde existe Vox, partido que incomprensiblemente se ha enrocado. Rajoy y Aznar no tuvieron que lidiar con Vox, sus circunstancias fueron otras. Sus oportunidades fueron los finales de Felipe y Zapatero, respectivamente. Sánchez tiene por delante el complejo reto catalán, la pesada losa de tener que contar con todos sus aliados (Bildu incluido) para cada movimiento importante en el Congreso y, cómo no, el frente judicial que afecta directa y atronadoramente a su familia. Feijóo, que nunca ha propuesto un modelo de relación de su partido con Vox, se acaba de librar de su particular pesadilla, pese al coste que puede tener en las comunidades afectadas y veremos en los ayuntamientos. Es como conducir por una carretera nacional un largo y sufrido rato detrás de un camión pesado al nunca se intenta adelantar. De pronto el camión se desvía y deja el carril despejado y con menos humos.
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