Bloguero de arrabal
Ultraoceánicos
La gratitud es un efecto secundario del momento que vivo. Será por la renovación de los colores jacarandosos, las caricias de la brisa agradable o la medicación. Cenacheriland me sonríe en estos días tan templados como despejados. Efecto de la luz. Basta un paseíto marítimo o acercarse a los montes verduleros para empaparse de una vibración feliciana entre pájaros canoros. Como decía aquél “la gratitud convierte lo que tenemos en suficiente”. En una semana tan intensa de fastos vaticanos y exequias del Papa Francisco, aparqué por unas jornadas el escepticismo Pepe Botero. Contemplé con otros ojos lo que me rodea y valoré como se merece este mullido devenir. Es evidente que hay dramas y sustos por doquier, pero en esta emboscada florida las penas duelen menos y me hago el sordo ante los cánticos agoreros. Permítame la insensatez. Entre mañanitas de abril tan dulces de dormir y el desprendimiento de capas de ropa. Es el advenimiento de la chancla y el prometedor verano terracero vacacional que me incita al optimismo. Antes de que el terral sofoque estos instantes de primavera y se agoste el termómetro, si echo un vistazo alrededor llego a la conclusión de que me quejo de vicio con excesiva frecuencia. Cada cual tiene sus circunstancias. Esta ciudad que va camino de bimilenaria madura como un adolescente con las orejas y la nariz desproporcionadas a la que le falta un hervor. Lo paradójico es que en vez de tomar las hechuras de una metrópoli de caras largas y prisas, de angustias urgentes, todavía subsisten los modos mediterráneos, más sosegados, una forma de entender la vida en la que la sonrisa y la amabilidad, la ingenuidad no nos ha abandonado del todo. Tal vez esta huevazón particular, esta elementalidad vital y simpleza intelectual, sea la clave de una dicha fugaz. Un sentimiento generalizado que me rodea y por el que me siento agradecido. El agua sale del grifo. Pulsas el interruptor y se enciende la luz, siempre hay algo en la despensa, un libro a mano y de momento la salud respeta. Son necesidades elementales que damos por descontadas, la cuestión es que dentro del primer mundo vivimos en un lugar privilegiado, motivo por el que se inclina uno a reflexionar un poquito y cómo mínimo sentirse agradecido y satisfecho, el resto es accesorio. Tranquilo amigo que no me voy a meter a franciscano;-)
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