Quizás
Mikel Lejarza
Toulouse
Gafas de cerca
Hace unos días, el primer ministro de Polonia, Donald Tusk, dijo “no estamos aquí para discutir”. Replicaba así al presidente español, Pedro Sánchez, que había apelado a la corrección, afeando al polaco que hablara de “guerra” como una amenaza para Europa. Sánchez, que ayer abrió la campaña de las elecciones al Parlamento vasco enarbolando la bandera de un Estado palestino, no quiere que Tusk llame guerra a la guerra, que no alarme al personal. Y es que de momento las bombas nos quedan lejos, mucho más que a Polonia, con las tropas rusas atacando a Ucrania a pocos kilómetros de sus fronteras. También nos queda lejos la respuesta brutal de Israel a la brutalidad de Hamas y sus socios, cuyo principal objetivo es aniquilar al Estado judío. El líder polaco estima que el riesgo bélico en el territorio de la UE es tan alto que no cabe enredarse en poner paños calientes y debatir sobre este término o aquel, un vicio intrínseco de nuestra clase política, con la que se enfrasca en pelear por asuntos como los pactos con el independentismo, una verdadera pérdida de tiempo y de energía de la inmensa mayoría en beneficio de las aspiraciones propagandistas de cuatro gatos de un territorio concreto de España. “Yo sí estoy aquí para discutir lo que haga falta para mantener el poder”, se dirá nuestro presidente.
“Alemania reforma su ejército para que esté preparado para la guerra”, “Suecia se prepara a sus tropas para la guerra”. “La OTAN insta a Occidente a prepararse para la guerra”. Son titulares de estos días, hay muchos en esa línea. ¿De verdad va a haber una tercera guerra mundial, papá?, preguntó la hija de un amigo, ya con 25 años. Le preocupaba mucho que su novio pudiera ser llamado a filas, y que su proyecto de establecerse pudiera volar por los aires. El servicio militar obligatorio irrumpe en los debates nacionales: no hay ejércitos en Europa para tanto Putin, y se impone el desagradable pero racional consejo latino: “Si quieres la paz, prepara la guerra”. Por casualidad, desempaquetando libros tras una reforma, apareció anteayer desde el congelador del tiempo, en una caja casi apergaminada, la muy deprimente novela Ardor guerrero de Muñoz Molina, donde la sordidez, la depresión, la deshumanización y otras desgracias y abusos que el escritor jiennense padeció en la mili cobran un tono gris o marrón y con olor a rancho y a fregona pasada: penoso, el libro. No sé si algún estratega editorial habrá pensado en reeditarla. Me pregunto lo mismo que la hija de mi amigo: ¿Vamos a entrar en guerra? ¿Tendrán que volver los jóvenes no profesionales a los cuarteles y, Dios no lo quiera, al frente?
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