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Juan M. Marqués Perales
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La evolución a pasos agigantados de la tecnología bélica ha sido habitual en cada una de las guerras mundiales. Incluso en el campo del espionaje encontramos ejemplos tan brillantes como la máquina de Turing, con la que se descifró el sistema de mensajería secreta “enigma” de los nazis. Pero ahora nos encontramos con este nuevo tipo de ataque, realizado por Israel sobre Hezbollah, tan selectivo y sorprendente que abre un horizonte desconocido en la detección de objetivos. Y esta guerra psicológica no ha hecho más que empezar.
Cuando el pasado 13 de abril Irán lanzó un ataque masivo con más de 300 misiles sobre Israel y fueron interceptados el 99% de ellos, algo estaba cambiando. Es más, al haber expuesto sus baterías a la geolocalización por satélite, al día siguiente bastó con un único contrataque sobre Isfahan para destruir la base de lanzamiento persa. Esto nos da una idea de la enorme precisión con la que hoy cuentan los ejércitos sobre sus objetivos y del riesgo que corren al descubrir sus cartas.
De ahí que los terroristas de Hamás y Hezbollah empezaron a sospechar que esa misma precisión podía ser utilizada para localizar sus teléfonos móviles, especialmente cuando se activaba una llamada, como ya había ocurrido con algún vehículo en movimiento que había sido detectado y bombardeado con drones. Parecía que elegir sistemas antiguos de comunicaciones, como los buscapersonas o los walkie-talkie, reduciría el número de fabricantes y eso les proporcionaría cierta seguridad. Pero nadie vigiló la posible manipulación de estos aparatos y la brecha de seguridad fue decisiva. El resultado, como hemos visto, ha sido quirúrgico y determinante, creando la confusión y el caos en toda la organización.
Nadie se atreve ahora a usar un dispositivo, sensor o aparato electrónico del que desconozca su procedencia. Y el problema es que hoy eso nos pasa con la inmensa mayoría de sistemas electrónicos que nos rodean. Para las milicias palestinas y libanesas, volver a confiar únicamente en sistemas mecánicos los retrotrae a las guerras del siglo XIX, y los pone en seria inferioridad de condiciones. Porque ahora mirarán a sus misiles o drones y pensarán que también pueden ser detonados a distancia por Israel, o localizados como en la operación Sokoa contra ETA, creando una psicosis sin precedentes. Y en esta situación, quien controla la tecnología ha ganado claramente el combate.
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