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Cambio de sentido
Hablar con extraños es el título de un libro de José Viñals que me pirra, en el que el poeta, como quien colecciona mariposas, guardó fragmentos de conversaciones que mantuvo a lo largo de los años y del mundo con gente que se iba encontrando en la calle, en tabernas y boliches, en la cama del hospital de Jaén aneja a la suya. Qué surrealista es la peña, qué tierna, cuán lenguaraz, qué loca está. Eso pienso mientras recorro estas páginas realmente poéticas y divertidas. Como Viñals, también gusto de hablar con extraños y de cazar por ahí frases que componen una especie de metafísica popular. Hablar con alguien en la cola de la farmacia, en el autobús o en la calle que no conoce mis pasos, es entrar un instante en un mundo peculiar y desconocido, que provoca de inmediato un montón de sensaciones, buenas y malas. De ahí el asombro y el tacto.
Como otros muchos ámbitos de la vida, hablar con extraños se ha trasladado a saco al ámbito virtual, con unas reglas del juego, además, muy distintas a las presenciales. Por la calle, al menos de momento, nadie nos aborda y, sin dar ni los buenos días, te insulta, babosea, fanfarronea o te dice “su verdad” a la cara. En las redes sí, a diario, con vehemencia, sin vergüenza. Y nos parece tan normal. En la neolengua de las redes, términos como “amistad”, “conversación” o “compartir” son deformados hasta lo perverso. Si “compartir” es rebotar un post, habrá que inventar un nuevo verbo para nombrar lo que intercambio con quienes quiero. “Ghostear”, neologismo que designa el acto de hacer el vacío, solo se puede practicar entre quienes, de algún modo, adquieren condición incorpórea. Por supuesto, no hay mamón ni matón con wifi que no encuentre en las redes su covacha. Una de cada cinco mujeres sufre acoso en las redes sociales, lo que constituye un ataque directo a nuestra presencia y visibilidad. En el caso de personajes públicos o famosos se da una ficción de contacto, el sueño húmedo de poder no sólo seguir, sino mantener con ellos una comunicación bidireccional. Súmenle a ello la IA, y estos versos de Juan Antonio Bermúdez se convierten en premonitorios: “Me he visto en fotografías que nunca me hicieron. Los que me elogian o me insultan jamás han compartido el pan conmigo”. A pesar de ello, llevada con ojo y soberanía, esta sociedad tan líquida –casi diurética– también trae sus encuentros y cosquillas... mas para hablar con extraños, donde se ponga una barra que se quite el QR.
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