El catalejo
Una visita sorprendente
Me he borrado. Me he dado de baja. No aguantaba más tanto mal rollo y no estoy dispuesto a seguir haciendo rico a alguien que ya lo es mucho y demuestra cada día un grado nulo de empatía con el mundo. Aunque la participación de mi ya extinta cuenta no le suponga ni un céntimo al año. He cerrado mi perfil en Twitter y me he pasado a Bluesky donde atesoro la escalofriante cifra de 6 seguidores, mientras yo sigo a 4. No soy popular y no pasa nada. Mejor solo que mal acompañado o acompañado de “haters” y difusores de bulos. Allí subiré los enlaces a mis columnas y las entradas del blog de dibujos de construcción. Si me queréis seguidme y si no, tan contento.
Cuando las redes sociales se tejían en los bares del barrio (antes de que las ciudades se convirtieran en parques temáticos de turistas uniformes), si alguien decía una estupidez en la barra, lo ignorabas. Y si chillaba como un energúmeno, el tabernero le llamaba la atención y le decía que espantaba a la clientela. Y, por supuesto, nadie pegaba la hebra con quien decía llamarse “elpirulívengador” o cualquier memez semejante. Salvo que quisieras testear el nivel que estaba alcanzando la Sala 21 del Hospital Civil. Pero en las redes sociales, eso no ocurre. Publicas para que cualquiera lo lea. Que es una cosa muy distinta a entablar conversación con una máscara de payaso. Entras a leer lo que comentan las personas que te interesan, pero no tienes interés en que te bombardee un algoritmo con lo que quiere que leas con un elevado nivel de mala baba. La vida ya da suficientes motivos de preocupación como para tener que buscar una ración extra en la aplicación informática de un cínico que solo está preocupado de ganar más dinero y al que no le preocupa enfrentar a todo con todos con tal de que el día de su entierro le pongan dos fajos de billetes en los ojos con los que comprar la barca de Caronte.
Todos tenemos la obligación de contribuir a dejar un mundo mejor o, al menos, evitar que sea peor. Por poco que esté en nuestras manos, no podemos escondernos tras el egoísmo de pensar que, si nos salimos de esa rueda, no conseguiremos llevar lejos nuestro mensaje. Además de egoísta y egocéntrico, es de una miopía tal que nos impide ver nuestra minúscula condición de influencer. Cuando en el bar de tu barrio lo único que había eran hooligans armando broca, te ibas al de la esquina y esperas que les dieran. Pues eso, me he ido.
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