Hermana, yo no te creo

18 de abril 2025 - 03:08

Ocurre con una frecuencia ya insoportable: una mujer es drogada, golpeada, violada y humillada durante horas. Esta vez fue en Terrassa. Dos hombres, inmigrantes en situación irregular, reincidentes y con un historial policial que haría temblar al más templado, la sometieron a un infierno de torturas físicas y sexuales mientras bebían, reían y grababan la escena. La dejaron desfigurada, traumatizada y rota. Y la respuesta del feminismo oficial ha sido… el silencio. Sepulcral.

Ese feminismo que llena calles, platós y parlamentos gritando “¡Hermana, yo sí te creo!”, ha enmudecido de forma escandalosa. Porque, por lo visto, el grito de auxilio de una mujer violada solo merece altavoces si el violador es español, blanco y preferiblemente votante de Vox. Si el agresor es inmigrante ilegal, reincidente y protegido por el sistema, entonces hay que medir las palabras, no sea que alguien piense que estamos “criminalizando la inmigración”.

No. Lo que estamos es criminalizando la verdad. La izquierda moralmente superior, la del pañuelo morado y la pancarta inclusiva, ha decidido que el dolor de esta mujer es menos relevante que la narrativa que ellos han construido sobre la inmigración. Y si los hechos la contradicen, entonces los hechos sobran. Se entierra la noticia, se relativiza, se ignora, o se disfraza de “caso aislado”. Porque en esta religión ideológica, la víctima no es sagrada, la ideología sí. Y así nos luce el pelo.

El caso de Terrassa no es una excepción, es el patrón. Y lo más alarmante es que el juez que instruye el caso ha dejado a los presuntos agresores en libertad provisional. ¿Cómo es posible? Dos individuos con antecedentes, que han cometido un crimen de una brutalidad nauseabunda, quedan libres mientras su víctima necesita terapia de por vida. Aquí no hay perspectiva de género que valga. Aquí lo que hay es una perspectiva de cobardía institucional, una sumisión ante el dogma multicultural que impide llamar a las cosas por su nombre.

En España, hemos llegado al punto de priorizar la imagen política sobre la justicia. Se protege más al criminal por miedo a ser tachado de “racista” que a la mujer que ha sido violada durante cuatro horas por dos bestias sin alma. ¿Es esta la sociedad que estamos construyendo? ¿Una donde el feminismo se arrodilla ante la corrección política mientras las víctimas reales se desangran en silencio?

La izquierda posmoderna, esa que convirtió el “hermana, yo sí te creo” en dogma irrefutable, ha demostrado que lo suyo no es empatía, sino oportunismo. La lucha feminista no debería depender del perfil del agresor. O se cree a todas, o no se cree a ninguna. Pero lo que no se puede hacer es callar cuando la verdad incomoda.

Hoy, la víctima de Terrassa no tiene pancartas, ni tribunas, ni trending topic. No hay manifestaciones frente al juzgado. No hay ministra enfurecida. No hay prensa indignada. Solo el silencio. Porque su historia no encaja en la narrativa de cartón piedra que han levantado los de siempre.

Y mientras tanto, la mujer violada se cura sola. Hermana, yo no te creo. Porque tú no eras útil para su relato.

stats