La ciudad y los días
Carlos Colón
Nacimientos y ayatolás laicistas
Si el diluvio bíblico duró 40 días y 40 noches, en Cenacheriland podemos aguantar en modo mesa camilla la deseada temporada de universol y playa. Hemos entrado en cuaresma, que también son 40 jornadas. Eso sí, viendo la tele. Enganchados al mando a distancia dándole a la botonera tonta que es menos fatigoso que leer. Y eso que pasan muchas rarezas de documentales de fauna salvaje en la que la naturaleza obra a su manera cruel. O comes o te comen. Al fin y al cabo todo se resume en jalar y reproducirse. También en llegar a fin de mes. Viendo la tele el ánimo se te cae al piso. Vaya nivel. A pesar del superávit catalán en las cosas de las productoras televisivas se advierte cierta canalsurización. Influencia de Canal Sur. El legado de Juan y Medio, que me consta que es un gran tipo y célebre geriatra celestino. No seré el único que se amodorra con el televisor para desconectar de las paranoias angustiosas. Con tanto movimiento tectónico y geoestratégico no quedan ganas ni para soñar con el euromillón.
Con que se evite otra guerra mundial vamos servidos de baraka. Hay mucho ruido de sable y redoble de tambor bombardero, por eso, anestesia fisgar las peripecias de las vidas ajenas en la programación vespertina. Y créame que la mayoría de los programas de la tele en abierto van también de conflictos, pero gagás. Entre anuncio y anuncio nos mesmerizan con las movidas de una madre con su hija o cuñado. Líos de herencias. Hermanas que llevan décadas sin hablar. Suelen ser señoras y señoros que han pasado por la peluquería y la setentena. Con sus galas más pintonas protagonizan sus minutos de fama lacrimógena. Son programas de higadillos y casquería sazonada con pesares y milagros de famosos e influencers que también moquean y contribuyen a elevar el grado de humedad ambiental. Puros tratados de higrometría. Si en vez de acuchillar el tiempo frente al pantallón madrigueril hubiese seguido la consigna marxista: “La televisión es muy educativa, cada vez que alguien la enciende me voy a otro cuarto a leer un libro”, tal vez hubiese podido corroborar que tras los 40 días y noches de aguacero, Noé y su troupe de protagonistas de documentales de fieras, tuvieron que esperar aproximadamente 150 días a que las aguas volvieran a su cauce y aquello se secase con un cuervo y una paloma de testigo. Ahí es ná ;-)
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