
Monticello
Víctor J. Vázquez
Una pérdida de tiempo
PERTENECE a una peculiar familia de telecos en la que el humanismo envuelve las asperezas de la técnica. Conocí a esa especie que, a los ceros y unos, unía el sentido constructivo y crítico del alfabeto, durante años en Fundesco y Fundación Telefónica, así como en la Complutense, donde Vicente Ortega, el director de la Escuela de Telecomunicaciones, me invitaba a impartir algunos apuntes de filosofía de la tecnología. Ahora, me refiero a Felipe Romera: el Claustro de la Universidad aprobó ayer su nombramiento como doctor honoris causa.
Cuando llegué a Málaga, encontré en Romera un ejemplar de aquella especie pensante que había conocido en Madrid, pero en él descubrí un valor añadido de una enorme singularidad, porque, si provenir de la España despoblada era y es cada vez más singular, proceder de Soria resulta un lujo de minorías. Coincidimos en los encuentros ingenuos o, mejor, para ingenuos, en los que la Junta de Andalucía puso a pensar a dos docenas de académicos y expertos en torno a lo que llamó la Segunda Modernización. Fue en nuestros repetidos viajes de ida y vuelta a Sevilla donde conocí al castellano viejo de ideas jóvenes, al emprendedor pertinaz que tropezaba con los muros, pero levantaba paredes…
Muchos fuimos testigos de la tenacidad que transformó un paraje desértico, vecino de Campanillas, en una geografía de modernidad real. La tierra prometida, imaginada por Romera, que suscitaba la sonrisa escéptica de los que dormían la eterna siesta del “aquí nunca pasa nada”. Conocedor de la ralea dirigente, adoptó el perfil plano de los sabios, ajeno al rédito político, sin apenas capital de resistencia para hacer frente al fuego amigo. Cuando el Parque Tecnológico de Andalucía se convirtió en una realidad envidiable, muchos pujaron por la primera fila de un protagonismo impostado, dejando a su artífice en la sala de máquinas con el traje de faena, o dándole la espalda cuando los sinsabores llegaron de la mano del sinsentido. Embajador de la ciudad que el poeta confundió con el Paraíso, ha recorrido el mundo atrayendo actividad para el mayor núcleo tecnológico de Andalucía. Un estrecho colaborador de la Universidad, que ahora, al honrarlo con el nombramiento de honoris causa, también se honra.
En la raíz soriana de nuestro querido Felipe hay que hallar algunas de sus virtudes, como el sentido espartano de la vida y el fino humor que, en su caso, apela a una vocación narrativa, a la conquista simbólica del mundo propia de los buenos lectores y mejores amantes del cine y de la música. Lejos del protagonismo obsesivo de los necios, cultiva la armonía del viejo olmo machadiano, de los álamos dorados de los santos Polo y Saturio: “¡Gentes del alto llano numantino | que a Dios guardáis como cristianas viejas, | que el sol de España os llene | de alegría, de luz y de riqueza!”.
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