El balcón
Ignacio Martínez
Negar el tributo y lucir el gasto
Envío
Llueve de tal manera en toda la baja Andalucía que, de repente, los temas atesorados por el escriba durante la semana parecen tan inactuales como hablar de la sequía. ¡Qué maravilla si todos nuestros males tuvieran tan seguro, aunque incierto final, como los que la mateorología procura! Y sin embargo, no quisiera dejar en el olvido la breve correspondencia mantenida hace un par de días entre un sabio de verdad y el que esto escribe a propósito del asunto que nos ha mantenido entre escandalizados y divertidos en las últimas jornadas y hasta que se abrieron los cielos.
Sabio: “El del homúnculo viene a ser un nuevo caso de los muchísimos de políticos e ideólogos izquierdistas que, como dice el refrán alemán, “predican agua y se hartan de vino”... Me asombra cómo compaginan esa doble vara de medir: terribles justicieros para la humanidad y abuelos indulgentes para ellos mismos. Quizá sea necesario haber nacido con una tara mental que les impide verse a sí mismos en el mismo plano que al resto del género humano...
Escriba: “No es una tara, es un don que te permite ir por la vida de un modo que ni soñamos. Los despertares son terribles, pero como siempre tienen la culpa los otros…”
S: “Yo creo que es una tara... una especie de retraso mental que los sitúa en el nivel de desarrollo de la inteligencia moral anterior a la era axial. O sea, anterior al desarrollo de las grandes éticas de la humanidad. En esa era axial se desarrollan el confucianismo, el taoísmo, el budismo, el zoroastrismo, el giro profético del judaísmo, el pensamiento ético filosófico griego y finalmente el cristianismo. Y en todas estas culturas aparece, de un modo u otro, la conciencia ética que se expresa en las distintas variantes de la regla de oro: ‘No hagas a los demás lo que no querrías que te hicieran a ti’. Este es el pilar de las éticas clásicas y es justo la regla que los izquierdistas se saltan siempre con el mayor desparpajo y sin ningún aparente problema de conciencia... De ahí que uno tenga que pensar que estamos ante hombres muy primitivos, con una mente, al menos en los asuntos éticos, que se mueve a impulsos muy antiguos. Codicia, envidia, egoísmo, resentimiento e instinto de rapiña son vicios en los que todos podemos caer. Pero moverse bajo tales impulsos y no sentir remordimiento alguno de conciencia es lo propio de esa mentalidad primitiva... El homúnculo es sólo otro más del montón.
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