L os Reyes idos

Confabulario

08 de enero 2025 - 03:06

Idos los Reyes, queda por saber a dónde se van y qué geografías remotas los cobijan. Por supuesto, uno tiene sus predilecciones a la hora de imaginar a los Reyes del Oriente en su breve cortejo de Belén. Sin salir del Prado, uno prefiere las adoraciones de Rubens, del Greco, del Bosco y de Hans Memling. Y por supuesto, la adoración de Gozzoli, la Capella dei Magi, en el Palazzo Medici Riccardi de Florencia. Según cuenta Marco Polo, los Magos salieron de la ciudad persa de Sava, donde los vio enterrados en tres templetes cuadrados, con remate en cúpula. Los cuerpos se hallaban intactos y conservaban la barba y el cabello como si estuvieran vivos. También añade Polo, advirtiendo la naturaleza fabulosa del relato, que los Reyes recibieron del Niño un cofrecillo, y que al abrirlo en la soledad del desierto, encontraron que el cofre solo contenía una piedra.

Fue tanta la perplejidad y la decepción de los Reyes –continúa Pol–, que arrojaron la piedra a un profundísimo agujero, del que, al momento, se alzó una gran columna de fuego. Al comprender su error, los Magos trasportaron aquella llama inextinguible a sus ciudades, a las lámparas de sus iglesias. Y ello con tan paradójica fortuna, que en la ciudad de Cazán, de donde era nativo uno de los reyes (los otros eran de Sava y Ava), se creó la secta de los adoradores del fuego. Por mano de su escribiente, Rustichello de Pisa, Polo insiste en el carácter herético y poco verosímil de tal leyenda. Sin embargo, es comprensible que aquellos hombres se postraran ante una fuerza primordial y eterna, de violenta fascinación, como es el fuego, y se olvidaran la frágil novedad de un dios niño, del que habían dudado, incluso, tres de los sabios más conspicuos del mundo antiguo, llegados a Belén en pos de una estrella. ¿Un cometa, como lo imaginó Giotto? ¿Una conjunción planetaria Júpiter-Saturno, como se especula modernamente? Quién puede saberlo. “Al ver la estrella –escribe Mateo– se llenaron de una inmensa alegría”.

La secta de los adoradores del fuego, en cualquier caso, no ha variado sustancialmente: hoy es tan común como entonces confundir la parte con el todo y el efecto con aquello que lo promueve. Por otro lado, Polo advierte que los Reyes permanecían intactos en sus túmulos, como dispuestos a una futura resurrección. Lo cual acaso pueda explicar, de un modo misterioso (no en vano eran magos), su reiterada visita, un siglo y otro, a la imaginación de los hombres. También ellos, los Magos, por un momento, fueron adoradores del fuego.

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