El lanzador de cuchillos
Martín Domingo
Navidad del niño pobre
Cambio de sentido
Hace poquito, ni dos meses, me saqué el carné de conducir. A mi edad. Una amiga dice que mire qué significa esto, que a ver en qué crisis ando, que ella sabe que está en la de los 40 porque le ha dado por enseñar la barriga. Me lo he sacado como metáfora, respondo. A ver si no por qué se va a sacar el carné una poeta: para conjugar el verbo irme, para llevarme yo a mí misma y para no quedarme nunca más donde no quiero. Aunque les parezca mentira, muchas personas de mi entorno no conducen. (Hay quienes –los menos– consideran no hacerlo como una garantía de pureza, como si la inutilidad de arte necesitara corroborarse en un artista inútil, quiero decir, con nula aptitud para lo práctico). No lo digo como crítica, antes bien, como una especie de traición en miniatura.
Y a mí qué, dirán ustedes. A eso voy. Les traigo las lecciones aprendidas –o a medio aprender– que me ha dado esta experiencia, por si acaso dan que pensar. La primera es la emoción que conlleva hacer, a cierta edad, algo nuevo. No sé si recuerdan la última vez que hicieron algo por vez primera; yo casi lo había olvidado. La segunda lección es la de los errores, eso tan frustrante cuando los cometes una y otra vez. No recuerdo haberme sentido tan torpe jamás y, sin embargo, estoy segura de que lo fui: al dar mis primeros pasitos, al escribir la primera O temblorosa en mi libretilla… Los errores son la principal fuente de aprendizaje. Y qué poco nos los toleramos y se los toleramos a los demás. Esa es la tercera lección: ¡cuánta gente dispuesta a estar, en lo que sea, por encima de los demás! Te ven con la L y te pitan y adelantan rugiendo y se quejan, con inmenso placer por sentirse mejores. Cuarta: no siempre es fácil conseguir lo que se quiere ni soportar la sensación de ser chiquita. Quinta: el miedo, qué incómodo y fundado compañero es el miedo. Sexta: existen muchas maneras de hacer la misma cosa. Aparcar, por ejemplo. No sigas todos los consejos que te dan, ni siquiera éste. Y última: hay quienes saben acompañarnos, ampararnos, querernos no como nos quiere el mundo (por nuestros éxitos y máscaras), sino tal cual somos, a menudo principiantes, asustadas, torpes, empecinadas, vulnerables, suspensos. Sin paternalismos, por favor. Hay personas capaces de celebrar el color de mi alegría, de limpiar conmigo el primer desollón, de no dejarme sola ante el primer viaje.
Para una cosa u otra, todos llevamos una L en la parte de atrás. Bienaventurados quienes saben verla y apreciar su valía.
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