Los libros crían polvo y bichos

La ciudad y los días

07 de agosto 2024 - 03:07

Contaba no hace mucho Carme Riera en un estupendo artículo en La Vanguardia que la había llamado una amiga, viuda reciente que dejaba su piso grande que van a habitar su hija, su yerno y sus nietos, yéndose ella a un apartamento, para preguntarle si conocía alguien a quien pudieran interesar los miles de libros que había ido atesorando a largo de su vida, de los que solo podía llevarse unos cientos.

Había seleccionado cuidadosamente los autores “que, en diferentes momentos de su vida, le sirvieron para entender mejor el mundo” y se llevaría para releerlos “con el convencimiento de que ciertas páginas, como ocurre con algunas canciones, le evocarían momentos vividos”. Los demás, la mayoría, se los había ofrecido a bibliotecas, pero no tenían espacio. Había tanteado librerías de segunda mano, pero le ofrecían miserias que le parecieron humillantes para sus libros: “Han sido mis ventanas. A través de ellos he podido contemplar mundos distintos al mío y he viajado al pasado y al futuro sin necesidad de moverme del cuarto de estar… No puedo hacerles esto. No, de ninguna manera”. Ni tan siquiera había encontrado –siempre por problemas de espacio– quién los quisiera regalados.

¿Y si llega a un acuerdo con su hija para dejar los libros en su casa?, le sugirió. “Quién sabe si alguno de sus nietos habrá heredado la pasión lectora de la abuela”. Ya lo había intentado le respondió, pero, aunque la hija pareció receptiva al principio, el yerno la hizo desistir diciendo que “los libros en papel no sirven más que para criar polvo y bichos”. Concluyendo: “Por motivos higiénicos, los libros tienen que desaparecer de las casas, al menos de la suya. Se puede leer cómodamente en el e-book y no es preciso almacenar porquería”.

“Me despido –escribe Carme Riera con un cierto humor negro– asegurándoles que (…) yo no me los puedo quedar porque vivo rodeada de ellos, respirando el polvo que sin duda guardan, pero que sirve, según afirmaba el doctor Marañón, para hacernos más longevos. Naturalmente, no se lo he dicho. Liberada de la atmósfera contaminante de su biblioteca, seguro que durará poco. Presiento que en breve veré su esquela en este periódico”. Mucho de triste verdad hay en este artículo. Hace tiempo que se venden bibliotecas al peso, como si los libros comunes a los que no se les puede sacar el jugo de antiguas o lujosas ediciones murieran con sus lectores y dueños. Hoy una buena biblioteca es una herencia maldita.

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