Linternas de calabaza

En tránsito

21 de diciembre 2024 - 03:06

Los mellizos de tres años entraron en la choza con una linterna de calabaza en las manos y se pusieron a cantar canciones antiguas sobre un pesebre y un burro y un buey. La choza pertenecía a una viuda muy joven que vivía en una remota aldea de Ucrania, en una región que entonces se llamaba Podolia (y pertenecía al Imperio Austro-húngaro) y que después se llamó la URSS y ahora se llama Ucrania y Dios sabe cómo se llamará dentro de unos pocos años. Afuera, todo estaba nevado y las estrellas lucían en el cielo. Dentro, los soldados bebían aguardiente con la viuda para quitarse el frío. Cuando se acabó la botella, el ateo Rainacher se tendió en un jergón y exclamó: “Gloria in excelsis Deo”. Y al día siguiente todos los soldados volvieron al frente de combate.

Esta evocación de la Navidad –una de las más bellas que conozco– la escribió el gran Joseph Roth en los últimos meses de su vida, cuando estaba alcoholizado por completo y malvivía en un hotelucho de París en el que nunca pagaba las cuentas (la crónica se puede leer en Años de hotel, en Acantilado). Lo que cuenta Roth es muy poco: una aldea perdida, una viuda con dos mellizos y un grupo de soldados que combaten en una guerra –era la I Guerra Mundial– y son alojados en aquella choza durante el día de Navidad. Joseph Roth era uno de aquellos soldados, igual que el ateo Rainacher que exclamó “Gloria in excelsis Deo” después de vaciar el aguardiente y haber oído cantar los villancicos de los niños. Quiero citar aquí a los protagonistas de esta historia real –el judío Joseph Roth, el ateo Rainacher, la viuda Jozefowa y sus mellizos, que debían de ser católicos– porque se ha puesto de moda despreciar la Navidad y burlarse de ella, o disimularla y ocultarla como si fuese una celebración deshonrosa e indigna de nosotros. “Felices fiestas”, nos dicen los biempensantes y los timoratos, por miedo a ofender a un ateo como Rainacher o a un islamista barbudo al que le importa un pimiento todo lo que digamos porque para él todo lo occidental es pecaminoso y es demoníaco. Y encima, nuestra izquierda puritana considera que todo lo navideño es hedonista y consumista y por tanto también pecaminoso. En fin… Pero yo prefiero pensar en los mellizos con sus calabazas iluminadas, y en el cielo estrellado, y en el ateo Rainacher tendiéndose en un jergón de paja. “Gloria in excelsis Deo”.

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